Triunfo de la voluntad

Signo de los tiempos: el evidente desequilibrio entre la ambición de los políticos y su escaso poder efectivo

Los clásicos son la lectura menos escapista que existe. Te toman un momento, sí, pero para arrojarte enseguida sobre el presente con una luz más intensa. Leo (citado por Carl Schmitt) que san Gregorio Magno, nada menos, insistía en que el poder (habida cuenta de su origen divino) es esencialmente bueno, mientras que en la voluntad de poder repta lo malo. Esto contrasta con las visiones más modernas (tras la presunta «muerte de Dios») que consideran corrupto el poder, pero fomentan y loan su ambición. Lo que nos mete de lleno en un buen lío, porque el ejercicio de poder es indispensable. A lo máximo que llega la mayoría de los hombres, según Schmitt, es a que «el poder es bueno si lo ejerzo yo; y malo cuando lo posee mi enemigo».

Infinitamente más fina la diferencia gregoriana entre el poder en sí y el deseo de arrebatarlo. Con ella se entiende la gran aportación de la monarquía. El rey legítimo no tiene ninguna voluntad de poder, sino su deber, que es todo lo contrario. A Nicolás Gómez Dávila le abochornaba lo tenazmente que se postulan los líderes demócratas. Véase la encarnizada lucha por los primeros puestos dentro de cada partido, por un lado, y, por otro, las campañas electorales, donde cada uno va por ahí gritando que él o ella es el mejor candidato.

Para enturbiar más las cosas, el poder está cada vez más difuminado entre las grandes corporaciones económicas y financieras, la Unión Europea, las potencias internacionales, los medios de comunicación y los socios parlamentarios, que exigen también sus pagos, como estamos viendo. De modo que alguien que ha estado luchando por el poder cuando llega al poder comprueba que apenas le queda más que seguir luchando por un poder que se le escapa.

Esa voluntad de poder, exacerbada por no conseguirlo ni cuando se ha conseguido, explica el afán descarnado por controlar la enseñanza. Concluye Schmitt que «tener el poder significa, sobre todo, tener la posibilidad de definir si un hombre es bueno o malo». El poder a lo más que puede llegar es a decir si algo es legal o ilegal. Aunque no es poco, el ansia quiere más. Para decidir lo moral es imprescindible controlar la educación y ostentar la hegemonía cultural. Los asuntos que tantas veces se califican como «cortinas de humo» o asuntos de menor importancia comparados con la economía son, en realidad, los encarnizados campos de batalla de una voluntad de poder desatada.

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