LO que está pasando en Ucrania demuestra que el nacionalismo es un sentimiento muy peligroso y que es muy difícil, si no imposible, vivirlo con un mínimo de cordura y racionalidad. No se puede ensalzar un pasado casi siempre falseado, ni acusar a los enemigos internos y externos de todos los males de un país, ni amenazar con saltarse las leyes si esas leyes no convienen, sin que tarde o temprano se instale en la sociedad una visión histérica de las cosas que acaba siendo incontrolable. Y si a esto se añade una situación económica de bancarrota -como la que vive ahora Ucrania-, el resultado es para echarse a temblar. Cuando se empieza a agitar un hormiguero con un palito, y si encima este palito está en llamas, lo más normal es que todo el mundo acabe quemándose, empezando por el inconsciente que ha encendido la llama.

En Ucrania, además, la historia a lo largo del último siglo está tan impregnada de odio y de violencia que no se puede esperar nada bueno de agitar las banderas del pasado. El héroe nacional de los nacionalistas ucranianos es un tipo (Stepan Bandera) que coqueteó con los nazis durante la II Guerra Mundial -hay una foto en que se le puede ver con un uniforme del ejército alemán-, y que alentó terribles pogromos contra judíos y polacos. Y los ucranianos prorrusos de la parte occidental del país proceden de una tradición comunista en la que hubo hambrunas y persecuciones y en la que todo el mundo tenía que callarse si no quería ser enviado a Siberia. Liberales, lo que se dice liberales, había -y hay- muy pocos en los dos bandos. Y si Europa se empeña en aliarse con los prooccidentales, de la misma forma que Putin se ha aliado con los prorrusos, vamos a hacer un pésimo negocio. Insisto en que los nacionalistas ucranianos pertenecen a la tradición de la más feroz ultraderecha. Su europeísmo es puramente coyuntural y no es más que una reacción instintiva contra los rusos. Tan simple como eso.

Quizá la única consecuencia positiva que pueda tener este conflicto es el miedo escénico entre los nacionalistas vascos y catalanes. Por mucho que se empeñen los nacionalistas, no hay modernidad ni europeísmo en ningún nacionalismo, ya sea ucraniano, ruso, español, catalán o vasco. Todo nacionalismo es infantil y engañoso y se basa en una explotación descarada de los peores instintos del ser humano. Y si alguien se considera europeísta y progresista y pretende identificarse con el ideal ilustrado del siglo XVIII, nunca podrá proclamarse nacionalista. Nunca.

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