Único culpable: el PSOE

La operación más opaca y turbia de la historia democrática española está generando una ola de pánico

Nadie recuerda un comienzo de año cargado de tanta preocupación e incluso miedo. La confirmación de la investidura de Pedro Sánchez con sus magros 120 escaños, mediante la operación más opaca y turbia de la historia democrática española, está generando una verdadera ola de pánico que el nuevo e inminente Gobierno sabrá utilizar al modo común de las izquierdas: a través de una catarata inicial de medidas feroches y sectarias que paralicen la capacidad de reacción de los adversarios y permitan establecer, gracias a la corrupción de las instituciones, las bases de un poder revolucionario en la práctica.

El panorama es tan negro, a pesar de la maravillosa belleza de estos días de invierno temprano, que no faltan quienes llegan a la conclusión de que los verdaderos culpables de lo que ya parece inevitable no son Sánchez y sus socios, sino los distintos grupos a su derecha que, se dice, tendrían que haber unificado su propuesta electoral para intentar impedir esta deriva. Esa idea hace el juego a Sánchez en la medida en que presenta sus inicuos pactos como forzados por la presión de un bloque enemigo del progreso que, sólo por su propia torpeza y egoísmo, no ha sido capaz de alumbrar una alternativa. Y sin embargo, es necesario insistir en que lo que se nos viene encima es fruto exclusivo del empeño del partido socialista en arrinconar al centro político, consecuencia necesaria de una ya vieja opción ideológica que comenzó a fraguarse a raíz de la mayoría absoluta del PP en marzo de 2000 y que tuvo su primera expresión en los gobiernos de Zapatero. La crisis económica interrumpió aquel experimento que suponía ni más ni menos que la ruptura con el modelo de convivencia y equilibrios institucionales de 1978. El escarmiento de 2011 pudo ser suficiente para los cuadros socialistas más comprometidos con el orden constitucional, pero no para unas bases imbuidas ya de la nueva versión de las dos Españas forjada por el partido para perpetuarse en el poder y deslegitimar cualquier alternativa desde su derecha. Este discurso primario es el que recoge Sánchez y el que lleva a sus últimas consecuencias. Sólo la futura derrota aplastante en las urnas de ese proyecto desmembrador y revolucionario podrá evitar el colapso del régimen democrático del 78 y el viaje a la nueva utopía neocomunista, pero ahora se hace patente la gravísima responsabilidad del PP al no hacer frente, cuando debió y pudo, a esta amenaza.

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