Tribuna

Manuel Bustos Rodríguez Catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Cádiz

Urgencias de España

El español medio parece haber renunciado a las exigencias de la moral cristiana que heredó de sus padres, pero no las ha sustituido por otras, y nada en el mar de contradicciones y vaguedades del relativismo

LA envergadura de la empresa que hay que acometer en España durante los próximos años es inmensa. No basta con una simple alternativa política, aunque sea preciso contar con ella. Las evidentes limitaciones de los partidos, necesitados de reformas internas, para resolver problemas de calado y suscitar esperanzas, exige el concurso ordenado de numerosas personas con sentido del bien común. La tarea comporta una auténtica regeneración a varios niveles y en tiempos diferentes, que es preciso esbozar en parte.

Un nivel básico y obvio consiste en solucionar la grave situación económica en que está inmerso nuestro país con sus secuelas trágicas de paro y falta de perspectivas. Las cosas se pueden hacer en este tema mucho mejor.

Paralelamente, y en buena medida unido al anterior, se halla la reforma del Estado de las Autonomías, de forma que se fije para éstas un techo infranqueable y se reduzcan sus gastos. Un país no puede funcionar aceptablemente sin conocer lo que va a ser de él. En otras palabras, si las prerrogativas autonómicas van a seguir creciendo y si algunas comunidades resisten o no la tentación de la soberanía propia o de la separación del resto. A ello se une la necesidad de reforma de una ley electoral, que da a los partidos nacionalistas una capacidad injustificada para decidir en los asuntos del país.

La separación de poderes no goza de buena salud, a pesar de ser fundamento esencial de la democracia. Se perciben con demasiada frecuencia injerencias de intereses políticos en la Justicia, cuando no escasa eficacia en su funcionamiento. Y lo primero resalta aún más cuando se trata de ese cuarto poder que son los medios de comunicación estatales y autonómicos.

De la política internacional, qué decir. España tendrá que recuperar la estima perdida, buscar alianzas con países más sólidos y creíbles, y adoptar una actitud menos buenista, en relación con otros de diferente corte totalitario o que ofrecen pocas garantías de fidelidad.

Hay otro nivel a tener en cuenta. Se refiere al contenido moral que ha de tener toda regeneración que se precie. Afecta a elementos de carácter pre político. Las numerosas corruptelas que se detectan tienen que ver con la debilidad del tejido moral hispano, tantas veces denunciada.

El español medio parece haber renunciado sin apenas coste a las exigencias de la moral cristiana que heredó de sus padres y antecesores, pero no las ha sustituido por otras. Nada en el mar de vaguedades y contradicciones propias del relativismo ambiente. O se hace su propia moral a la carta, a veces contradictoria con las exigencias del bien social. La ética cívica sustitutoria apenas tiene peso, entre otras causas, porque carece de fuerza personal coercitiva o de convencimiento, fuera del escaso grupo de los muy responsables y concienciados.

Existe una serie de valores e instituciones, no exclusivamente cristianos, que deben de ser respetados y potenciados en el futuro. Me refiero, en primer lugar, a la familia –que no es sólo asunto de derechas– y todo lo que ella supone de bien para el individuo y el común.

Vinculado a la misma está la defensa de la vida, y especialmente la del aún no nacido, así como la del matrimonio auténtico entre un hombre y una mujer, garantía de estabilidad y fecundidad. La ayuda a la mujer para que combine su trabajo fuera de casa con la gestación y la insustituible atención propia a los hijos. Será preciso rechazar con vigor la ideología de género, que tanto está influyendo, dando cobertura doctrinal, en la deconstrucción familiar. Potenciar la familia significa también respetar a los padres su derecho en la educación moral, religiosa y sexual de sus hijos, reduciendo las prerrogativas del Estado en temas que no son de su competencia.

Por último, y sin ánimo de ser exhaustivos, el respeto a la tradición cristiana que ha dado cuerpo e identidad a nuestro país a lo largo de siglos, no fomentado ni contraponiendo otras extrañas a su textura vital. Y, por supuesto, una memoria histórica integradora, no sesgada, que proporcione a los españoles una visión cabal de su pasado y les ayude a entender mejor su presente.

A caballo entre ambos niveles está la urgente reforma de la educación, mejorando su nivel de exigencia y formación, y amortiguando los tics progres en las metodologías, valores y contenidos que tanto la perjudican.

La tarea, en definitiva, puede parecer titánica, pero es insoslayable si queremos un porvenir esperanzador para España. En la medida que avancemos, a diferentes ritmos, en dicha dirección, nuestro país será más sano y estable. La sociedad, sobre todo las personas con la capacidad y sensibilidad suficientes para entender las necesidades colectivas, deben participar con valentía en esta tarea de futuro. No basta confiarlo todo a los partidos, cuya capacidad es siempre limitada.  

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