No sé de qué nos sorprendemos. Ahora que la Junta de Andalucía ha emprendido una campaña para alertar a las mujeres contra mirones, babosos y demás variantes del moscón ibérico, no crean que se está inventando nada. Ya Primo de Rivera, en 1928, aprobó una ley que castigaba a todo aquel que "aun con propósito de galantería, se dirigiese a una mujer con gestos, ademanes o frases groseras."

La broma les podía salir a los donjuanes de entonces por una multa de hasta 500 pesetas (un auténtico dineral para la época, pero sobre todo si se dedicaba uno a la albañilería, que por ser oficio que se ejercía al aire libre, se prestaba más a estos excesos verbales.)

Por dura que fuese la medida, no creemos, sin embargo, que tuviera mucho calado entre la sociedad andaluza. Si no, no se entendería que un siglo después haya habido que poner en marcha una nueva cruzada oficial contra esos hombres que silban por la calle al paso de una señora maciza, o contra los tipos que vuelven la cabeza cuando se cruzan con la propietaria de un soberbio muslamen (si se me permite emplear el idioma de Forges).

Para no ser acusados de falta de rigor científico, los responsables de esta campaña han establecido una clasificación tan exhaustiva del acosador callejero que las andaluzas a partir de ahora podrán identificar, sin temor a equivocarse, al cerdo común (que sería aquel individuo más aficionado a soltar burradas ante una mujer que a recitarle poemas de Bécquer); al típico gallito (que larga sus buenos piropos, pero guardando una distancia prudencial); pero también al búho (que se las queda mirando durante más tiempo del que recomiendan los manuales de urbanidad); incluso al pulpo (espécimen de cuyos abusos no creo que haga falta hacer demasiadas aclaraciones).

La campaña, como era lógico, ha logrado desatar las iras entre muchos hombres (probablemente ninguno de ellos sea de los que se dedican a "poner rabos" en el autobús). Y ha cabreado, por su parte, a bastantes mujeres (sobre todo a las que no necesitaban que ningún Gobierno viniera a explicarles cómo defenderse de un cretino que les diga por la calle lo que haría con ellas en la cama.) Sin embargo, la queja más sorprendente contra esta campaña anti-piropos no procede ni de una asociación de aficionados a las revistas picantes de Tania Doris, ni tampoco de ningún órgano colegiado que reúna a viejos verdes de la zona.

La queja más insólita la han elevado ciertos colectivos animalistas que han pedido la retirada inmediata de la campaña porque no están dispuestos a permitir que se denigre a los cerdos -que no son bichos que suelan cortejarse preguntando a la chica si estudias o trabajas-; ni que se ofenda al buitre de verdad empleando su nombre para referirse a esas otras rapaces nocturnas que suelen beber cubatas; o que se atropellen los derechos del pulpo, que son unos cefalópodos exquisitos, de costumbres intachables, incapaces de decir una grosería o de ir por la vida sobando a las hembras, por muy ricas que estén. A mí me encantan a la gallega.

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