A la hora del desayuno, cuando usted se esté tomando la cervecita del mediodía, si decide almorzar en una terraza, tomar el café de mediatarde o sentarse a cenar tranquilamente; todos son momentos válidos para que la legión de pedigüeños realicen su cansina, desagradable y, a veces, hasta brusca actuación de pedir una ayudita para comer. Ya no son los habituales del centro, ese que abruma con el clavel sacado del Señor de la Puerta Real, la sempiterna rumana de las muletas o el que pide para las cosas más insospechadas; ya son tantos que uno se siente agobiado y no para de intentar quitárselos de encima una y otra vez. Muchos han sido los que dejan de sentarse en las terrazas para no bregar con el dichoso episodio demandando esa falsa ayuda que no convence a casi nadie. A estos profesionales del sablazo petitorio buscando unos centimitos para comer -¿ qué corazón quieren ablandar con tan gratuito argumento? - hay que sumar los cansinos cantaores, los guitarristas, los del piano transportable, los del acordeón..., además, los negros del elefantito, las niñas que piden firmas para después sacarte algo para no sé qué enfermedad de un familiar, también los que te paran buscando el dinero que les falta para coger un tren, el moro de los calcetines y las colonias de firma... Hagan ustedes la cuenta; si han tenido la 'suerte' de que sólo les hayan pedido la mitad de los que antes he mencionado, habrán tenido suerte de verdad. Sabemos que la cosa está mal para algunos, que la necesidad aprieta a muchas familias; sin embargo, es una realidad que estos pocos afortunados no salen a la calle a pedir insistentemente. La mayoría de esos que se acercan pidiéndote para el café o para lo que se les antoje pedir, son profesionales del cuento o buscan algo más oscuro. Jerez como ciudad no se merece tal ejército de actuantes. El ciudadano mucho menos.

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