Desde que la Juan Carlos resbalara estamos dejados de la mano de Dios. Es una pena que nos estemos quedando sin políticos ministrables por culpa de los másteres que parecen creados para dejar en bragas a los presidentes de los gobiernos, los dirigentes de partidos y los rectores de universidades. Nunca la política ha estado tan en entredicho por culpa de la universidad. Suponemos que, los que hayan sido o sean universitarios, y nosotros los analfabetos, tendremos más elementos de juicio para valorar lo que está sucediendo con una institución que siempre enarbolaba la bandera de la excelencia, la rigurosidad y la ética. Hay algo que arroja luz entre tantas tinieblas de emails, cambios de fechas, actas remendadas, profesorado digital, aulas virtuales y una larga lista de moléculas etéreas que se encuentran en el limbo de las desdichas: la que menciona la politización de las instituciones. Todos nos imaginamos lo que hay. En diputación, la Junta o los ministerios. Cuando este tipo de microorganismos se cuelan en las secretarías, los matraces y las bibliotecas acaban provocando tal infestación que ni la mejor de las empresas de desinsectación multinacional es capaz de atajar por muchos másteres en desinfección, desratización y limpieza de entidades tengan aprobadas. Han alcanzado tal capacidad de mutación y adaptación al entorno, que cuando alguno se le vuelve hostil, saben perfectamente virar para inocular sus moléculas donde más les convenga. Eso sí, como cofactor coadyuvante parece ser importante los del nombre, URJC, porque tan mal fario no se puede tener desde las fracturas de caderas, las fotos con elefantes, las canas al aire, las amantes pasajeras, las testaferras e incluso las dudas de su sucesión. Mientras, en el campus de la Asunción, cientos de jóvenes, hacen su selectividad. Mejor así, para que no se sienten con sus padres a ver los telediarios.

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