La ciudad y los días

Carlos Colón

Ventanas indiscretas

EL Tribunal Supremo ha anulado la condena de cárcel por tráfico de drogas impuesta a dos personas por la Audiencia de Orense, que han quedado absueltas, al considerar ilícita la principal prueba de cargo contra ellos. ¿Qué grave fallo se había cometido en la investigación o en la instrucción? No se imaginen cosas tremendas tipo Harry el Sucio o Charles Bronson. Nadie se ha tomado la justicia por su mano, ha creado pruebas falsas o ha dado una patada en la puerta. Lo que hizo la Policía fue observar con prismáticos el interior de un domicilio en el que los traficantes llevaban a cabo sus prácticas sin tomar la precaución de correr las cortinas o echar las persianas. Y esto, según el Supremo, vulnera la inviolabilidad del domicilio: "Interpretar que unas persianas no bajadas o unas cortinas no corridas por el morador transmiten una autorización implícita para la observación del interior del inmueble encierra el riesgo de debilitar de forma irreparable el contenido material del derecho a la inviolabilidad domiciliaria […] cuando, sin autorización judicial y para sortear los obstáculos propios de la tarea de fiscalización, se recurre a un utensilio óptico que permite ampliar las imágenes y salvar la distancia entre el observante y lo observado". Vamos, que sus señorías le habrían metido un puro al James Stewart de La ventana indiscreta.

Todos agradecemos que la Justicia garantice la inviolabilidad del domicilio. Todos sabemos que si nos graban a través de una ventana el hecho puede ser denunciado. Pero todos sabemos también que liberar a unos traficantes de drogas, sabiendo el daño mortal que causan sobre todo a los más jóvenes, porque sus maniobras han sido observadas con un "utensilio óptico" (vaya una forma cursi de referirse a los prismáticos) puede causar alarma social. Nos lo dice, a quienes nada sabemos de Derecho, el sentido común. "La principal distinción política entre sentido común y lógica -escribe Hannah Arendt- radica en que el primero presupone un mundo común en que todos tenemos nuestro lugar y en el que podemos vivir juntos porque poseemos un sentido capaz de controlar y ajustar nuestros propios datos sensibles a los de los otros, mientras que la lógica puede pretender una seguridad independiente del mundo y de la existencia de los demás". El exceso garantista puede generar a veces más alarma, en vez de seguridad.

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