Verdades de Cataluña

El nacionalismo, aunque mucho más radicalizado, ha tenido sus peores resultados globales desde 1980

No acabo de entender tanto pesimismo en el análisis de los resultados de las elecciones catalanas del pasado domingo. Es decir, puedo entender que los favorables a PP y Ciudadanos sangren por las enormes heridas infligidas a esos partidos, pero deberían dejar bien claro que ése es el motivo de su pesar y no otro. El desastre que es la Cataluña emergida del 14-F ya lo era desde mucho tiempo antes. Las elecciones no han servido para mejorar casi nada, mas tampoco para empeorar. Así lo ven, por ejemplo, en Dolça Catalunya, la web convertida en la mejor atalaya existente para saber qué piensan y cómo sobreviven bajo el nacionalismo los catalanes y españoles que quieren seguir siendo ambas cosas con toda naturalidad, "como lo fueron nuestros abuelos y bisabuelos".

El lunes 15, Dolça Catalunya hacía un examen de la situación titulado "Que no le engañen: las 10 verdades del 14-F". No podemos resumir aquí tanta verdad, pero sí destacar algunas cuestiones que están mereciendo poca atención en la prensa mimética, que es la mayoría, no en vano "el nacionalismo es experto en definir el marco mental… y en Madrid y el resto de España … se lo tragan enterito desde hace cuarenta años". Conviene recordar la importancia que los secesionistas otorgaban a estas elecciones para dar cobertura a un nuevo procés y aplastar de una vez a sus contrarios gracias a la previsible enorme abstención, a la que siempre han sido inmunes. Por otra parte, el feroz choque por la hegemonía y la presidencia de la Generalitat entre Esquerra y Junts debería haber sido un elemento movilizador del que se carecía en el campo constitucional. ¿Y que ha pasado? Pues que el nacionalismo ha tenido los peores resultados desde 1980, pues sólo un 27,6% del censo se ha molestado en ir a votar sus candidaturas, un 10% menos que en 2017. Eso ha supuesto una pérdida de 623.000 votos, un 30% de los entonces obtenidos, y que los escaños explícitamente nacionalistas sean sólo 74 cuando, por ejemplo, en 1992 eran 81, aunque ciertamente menos radicalizados que hoy.

Para la mentalidad totalitaria que bulle y maquina bajo el nacionalismo supremacista, esa defección de sus gentes, pese a la pandemia, es síntoma de una apatía injustificable que alcanza el rango de traición. No eran esas sus cuentas. Como dicen los dolços "con esos números no se independiza uno ni en su escalera", pero, nos tememos, sí en Madrid.

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