Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

“Verdades” peligrosas

No hay verdad peligrosa, salvo para quien la teme. Y, quien la teme, es porque miente. Es curiosa esa obsesión, entre otras, de los autoproclamados progresistas por su “verdad”, que no por la verdad.

Podría parecer loable que cualquier formación política, o no, de la tendencia que fuera, o fuese o se le suponga, se preocupase por llegar a la verdad, salvaguardarla y, también, practicarla. Porque, para empezar -y en el caso de los partidos políticos-, antes de poder comenzar a contemplar la remota posibilidad de que lo que dicen tenga algún lejano atisbo de aproximarse a lo que quieren que creamos que dicen, habría, antes de cualquier otra consideración, que exigirles que sean ellos los que practiquen eso de la “verdad”.

Resulta que quieren decidir -ellos, quieren decidir- lo que es un bulo y lo que no, o sea: quién dice la verdad y quién miente; ellos, especialistas en no decirla casi nunca… Resulta que por ocupar durante cuatro años el puesto que estén ocupando, cualquiera que este sea, se creen con el derecho de “instruirnos” sobre la verdad, de imponernos lo que debemos decir y lo que no; se piensan con la autoridad de decidir -¡¡ellos!!- lo que es cierto o deja de serlo o no lo ha sido nunca; lo que se publica y lo que no, lo que tendríamos que creer y lo que hemos de rechazar. Pero, ¿de qué vais, compatriotas?, ¿se os ha ido la olla…?, ¿estáis levitando, ya, en el tercer nivel…?, ¿quién os habéis creído que sois? ¿dónde pensáis que estáis? Pues es muy sencillo, bastante simple: estáis desempeñando un trabajo público para la sociedad y por los ciudadanos, os debéis a nosotros -a todos nosotros, no sólo a los de vuestra cuerda-, así lo habéis pretendido -sin que nadie os obligase-, ese es vuestro compromiso y por ello os pagamos; no os debemos nada, vosotros en cambio, sí, nos debéis coherencia, eficacia, honestidad y sinceridad. Sois, servidores -SER-VI-DO-RES- públicos, ni más ni menos que eso; ni educadores ni consejeros, ni censores ni inquisidores, ni mucho menos sois nadie para establecer lo que es verdad o no lo es.

¿La verdad? ¿Vosotros vais a decretar lo que es y lo que no es verdad? ¡Pero bueno! A eso, a decir la verdad y practicar la honestidad -consecuencia ésta de aquella- se aprende con la educación, se incorpora a la actitud de cada cual por mediación de los principios y se practica con la moral. No hace falta más, y lo que desde luego ni hace falta ni se va a consentir es que vengáis ahora a taparnos la boca con la vieja cantinela de velar por la “verdad”.

¿No os suena esto a viejas, tétricas, inquietantes y muy conocidas historias, mejor olvidadas que revividas? ¿No pensáis -vosotros, los de las “verdades”- que muchos de los que estamos al otro lado de “lo público” ya somos mayorcitos para que volváis, otra vez, con este hediondo asunto; que estamos bastante más formados, experimentados e instruidos que ese pretendido “comité de la verdad”; que estamos prevenidos, escarmentados y muy, muy hartos de guardianes de verdades y dictadores de mentiras? A ver, podría deciros tal cantidad de barbaridades -fundadas, razonadas y ajustadas a la realidad- que necesitaría medio periódico para comprimirlas y que cupiesen la mitad de todas ellas, por desgracia para mi intento de liberar tensión, cabreo e indignación, me han recomendado prudencia...

¿Por qué no os dedicáis, sólo, a gobernar, y dejáis que cada uno – ya estamos creciditos y algunos peinamos canas- decida lo que quiere creer y lo que no? ¿Por qué no contribuís a qué sea la formación, el conocimiento y la cultura de las gentes las que les enseñen a discernir el bulo de lo real, la duda de la certeza, la sospecha de lo probable? ¿Por qué no empleáis vuestro tiempo y esfuerzo, ¡todo!, en hacer lo que no hacéis pero tendríais que hacer? -para eso se os eligió y para eso se os paga-, por ejemplo: ayudar a los necesitados y socorrer a los desahuciados; echar un cable a los autónomos, pequeños y medianos empresarios, que con sus impuestos han levantado España y pagan el 75% de lo que cuesta daros de comer; facilitar -ya no digo condonar- el pago de impuestos, inasumibles en la situación actual; reducir la monstruosa deuda pública -que acabará por devorarnos- agilizando, de verdad, la gestión y reduciendo, de veras, gastos superfluos y mucho personal innecesario; optimizar suministros y servicios de salud, construir hospitales y residencias decentes y colegios habitables, arreglar carreteras, reparar deficiencias y enmendar fallos, mantener en condiciones infraestructuras básicas que funcionan mal o, simplemente, no funcionan. Porque… no lo hacéis, no, ¡no lo hacéis!

Así que, por favor, olvidaros de vuestro ridículo, absurdo e innecesario ministerio o comité o bodrio de vuestras “verdades”. La verdad -sin comillas- no es patrimonio de nadie. Dedicaros a cumplir con las verdades que todos conocemos -que no son peligrosas- y vosotros parecéis haber olvidado.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios