HABLADURÍAS

Fernando Taboada

Viaje al centro de tu tierra

PERCIBO cierto malestar entre los negociantes del centro. Y todo porque pretenden limitar el tráfico rodado en Jerez. Es verdad que imitar el ejemplo de ciudades como Bilbao y restringir la circulación en el casco histórico es una magnífica idea, pero hacerlo como se ha hecho aquí -con una red de transportes públicos más propia de Puerto Hurraco que de una metrópoli- suena a choteo. Entre los atascos que se provocan en los accesos al centro, las dificultades para aparcar (o las facilidades para arruinarse si se hace la prueba en un subterráneo), podemos concluir que el hecho de venir al centro por el simple gusto de venir es un síntoma claro de enajenación mental.

Sin embargo, no se debe dramatizar con esta despoblación progresiva del centro. Para empezar, no es cierto que ciertas calles se queden desiertas una vez que cierran las tiendas. Anoche mismo avisté a una pareja paseando por la calle Algarve y, que yo sepa, ningún diario lo ha contado. Ni es cierto que haya que recurrir a las psicofonías para oír voces en la calle Larga a partir de las nueve de la noche. A veces, pasadas las diez, aún hay indicios de vida inteligente en sus alrededores. Como tampoco es cierto que los residentes en la periferia apenas vengan a vernos a quienes vivimos en el centro. A mí al menos me visitaron en la Semana Santa de 2008. Incluso prometieron volver en breve.

Tal vez sea al turista a quien más sorprenda visitar un sitio de cierto renombre como Jerez y encontrar una especie de ciudad fantasma, pero quizás por eso mismo sea el momento de replantear las estrategias de mercado y ofertar, frente al bullicio de otros destinos, una nueva modalidad de turismo: el turismo de meditación.

Los malpensados culparán, cómo no, a las autoridades municipales -que es lo más socorrido-, pero se equivocan porque si realmente hubiera esa intención de estrangular el centro hasta asfixiarlo, no impedirían el paso a los vehículos. Instalarían vallas electrificadas. O levantarían muros y arrojarían ollas de aceite hirviendo desde las almenas al que osara aproximarse. Y cavarían un foso abarrotado de cocodrilos. Pero nada de eso se ha planteado por ahora.

Si acaso, encuentro un peligro a este aislamiento paulatino del centro. Los que vivimos recluidos dentro de sus confines muy pronto empezaremos a hablar un idioma propio que no entenderán los que viven en las afueras. Desarrollaremos un sentimiento nacionalista que nos enfrentará a los parientes que se fueron a vivir al extrarradio. Practicaremos deportes autóctonos que dejarán en pañales a los levantadores de piedras de otras latitudes. Incluso una fauna propia evolucionará en nuestro entorno si continúa este proceso de incomunicación. Así que no se extrañen los de la periferia si un día, explorando el casco histórico, encuentran por aquí saurios indómitos, rapaces gigantes y alguna tribu aborigen entregada al canibalismo.

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