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Viaje con nosotros

Los niños hacen de pueblo clásico, preguntando cuánto falta al inicio, distraídos (pan y circo) con película y patatas

Aprovechando el optimismo de todos los comienzos de viaje, veo que salir en coche con la familia es una ocasión propicia para la metáfora política. El bonus (más o menos) pater familias lleva el volante, atento a las curvas del camino, y paga la gasolina. Parece el partido del Gobierno. La mujer, en el asiento del copiloto, es a la vez la leal oposición ("no corras", "acelera", "te has equivocado", "no mires el paisaje", "mira qué cortijo", etc.), el Tribunal Constitucional, el de Cuentas y la alternancia en el poder: "Cuando te canses, conduzco yo". Puro bipartismo. Un turnismo pacífico, decimonónico.

Quizá cuando los hijos sean adolescentes, tengamos un "Podemos", queriendo conducir, y viéndolo mientras tanto todo mal. Por ahora, los niños hacen de pueblo clásico, preguntando cuánto falta desde los primeros diez minutos de viaje, distraídos (pan y circo) con una película y unas patatas, peleándose por conflictos muy ruidosos ("me ha tocado", "no cantes", "no te eches sobre mí") que no son conflictos, sino el bullicio que genera la ociosidad. Es una submetáfora del Estado de Bienestar. Para afinar más la imagen, a veces hay discusiones entre la leal oposición y el ocasional conductor, que ahora han cambiado los papeles, en un traspaso de poderes ejemplar, por si hay que dejarles ver más la película o si no toca ya quitarles las patatas, por favor, que están poniendo el coche perdido.

En un momento dado, el Tribunal Supremo tiene que transmutarse en agente de la autoridad y con una peligrosa torsión de cuello, de espalda y de omoplato, lanzar un cachete atrás para cortar por lo sano una revuelta popular o un conflicto de intereses demasiado interesado y conflictivo. Por supuesto, el cachete es al aire, ridículo y doloroso (por las torsiones) pero causa un efecto al menos momentáneo. Tres minutos y medio de silencio, interrumpido por alguna risilla cómplice, ¡cómplice!, entre los que se estaban matando… La metáfora política es de una exactitud científica.

Aunque da miedo. Porque se ven los límites de la democracia. Ahora la mayoría quiere parar. Si rigiese un sistema democrático directo avanzaríamos de bar en bar. Hacen falta los checks and balances y tomar decisiones impopulares. Hay que encarar el descrédito y las protestas de la opinión pública.

Cuando uno llega, por fin, entiende que lo más evidente de la metáfora estaba al final. Cómo cansa, uf, la política.

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