Hablando en el desierto

Viajeros del tiempo

Las dictaduras tienen fecha de caducidad, mientras duran son insufribles y ni siquiera criticables

Ya ven lo que son las neurosis políticas: uno creyendo vivir en 2016 y un grupo de parlamentarios, viajeros del tiempo, mostrándonos la vida española de hace 80 años. Siempre deseé volver a ciertos momentos del pasado, porque la nostalgia a veces nos trae dulces tardes; pero nunca quise revivir lo que no había vivido, que es la melancolía, enfermedad de lenta curación y que han padecido reyes y plebeyos, listos y torpes, dando frutos diferentes en cada uno. No crean ustedes que estoy a disgusto en mi retiro contemplativo. La vejez tiene felices días, aseguraba sir Lawrence Olivier, y es verdad. Estoy encantado de ver espíritus reencarnados comportándose en el Congreso como niños que representan una comedia de maleducados a la espera de revoluciones imposibles. Es mejor que las representaciones operísticas trasladadas al periodo nazi, que ya se cuentan, como los huevos, por docenas, y que es una insistencia inútil porque no nos podemos imaginar a Macbeth o al barón Scarpia como nazis. Son pasiones eternas, iguales en todos los tiempos, como debe ser en las obras inmortales, y cuando se ponen en el periodo nazi pierden fuerza y credibilidad.

Estos muchachos del neofascicomunismo me divierten. Me recuerdan a un amigo mío que se declaraba anarcofascista y en cierto modo lo era, muy divertido cuando intentaba razonar sus contradicciones. Me recuerdan los entretenidos debates del Congreso cuando eran diputado Sagaseta y Blas Piñar, uno viendo invasiones de España por parte de Estados Unidos y el otro defendiendo el concubinato bíblico para evitar el divorcio, y un ministro diciéndoles asombrado: no hay mayor terquedad que la del que no tiene razón. Querrían estos muchachos ganar unas elecciones para desde dentro crear una dictadura popular y desarrollar su modelo de sociedad, que aún no sabemos cuál es, pero lo sabremos en cuanto ganen las elecciones, si logran ponerse de acuerdo entre ellos. Las democracias son débiles frente a los partidarios de las dictaduras; pero funcionan, admiten reformas y el pueblo, siempre menor de edad, tiene algo que decir. Hay algunas que nos sirven de modelo: la de Francia y, pese a Tocqueville, la de Estados Unidos. Guardan las formas y son criticables. Las dictaduras tienen fecha de caducidad, mientras duran son insufribles y ni siquiera criticables. Creo que estamos hablando demasiado de esta gente curiosa de la que, como conjunto, no sabremos nunca el pensamiento; pero que individualmente tiene enorme interés, o por lo menos lo tienen para quien escribe: los jóvenes airados y destemplados perderán la juventud y caerán en la melancolía, cuando sepan que se han perdido los días frívolos que se les perdonarán y los colores del otoño que los llaman a la fiesta.

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