Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Vieja Europa

Quienes seguimos en el barco europeo tenemos un pasado común que se ofrece como marchamo de grandeza

Escribo mientras siguen su curso las elecciones en Francia, a la espera del resultado final. Lo que se confirma por ahora es una caída en la participación de siete puntos respecto a 2012, y esto, estando como están las cosas, puede considerarse ya un triunfo de Marine Le Pen. Sin embargo, independientemente de quien se lleve el gato al agua, me llamó poderosamente la atención hace unos días la advertencia que lanzó la candidata a los jefes de la Unión Europea para dejar claro que su intención no era destruir Europa, sino, a su manera, todo lo contrario: "La Europa de ustedes tiene cuarenta años. La mía tiene dos milenios". Su objetivo, por tanto, parece ser preservar un ideal de Europa frente al estigma burocrático. Y me parece oportuno reparar en esta afirmación porque, al margen de quienes gobiernen en Francia, España o Alemania, esta nostalgia por el mayor esplendor de las civilizaciones, devorado por los lobos y reducido a pasto para las ovejas, late de manera poderosa en una parte nada desdeñable de la ciudadanía. Al Reino Unido esta nostalgia le importa tres pimientos porque cuenta con la de su propio imperio para justificarse, pero quienes seguimos a bordo del barco europeo tenemos un pasado que, parece, se ofrece como patrimonio común que preservar, como marchamo de distinción y grandeza.

Uno lee palabras como las de Le Pen y se acuerda de los ilustrados del XVIII que, ilusos, daban estos ideales por extintos antes de un siglo. Pero no, han pasado tres y ahí siguen, enteritos. Habría que recordarle a Le Pen que no apetece volver precisamente a todos y cada uno de esos dos mil años. Si hablamos de una tradición europea forjada por Séneca, Erasmo y Montaigne, de acuerdo; pero la Europa de las guerras religiosas, de Münster, del antisemitismo, de Hitler y de la Guerra Civil española, ésa puede usted metérsela donde le quepa. Precisamente, ese nido de burócratas llamado Unión Europea significó un intento de cerrojazo para que determinadas tragedias no volvieran a suceder, bajo la sospecha de que una estructura común podría invitar a los tiranos a pensárselo dos veces. Es cierto que es insuficiente, carísima y que está llena de ganapanes. Pero es la que tenemos. Y su existencia no es incompatible con esa otra Europa de Césares y Juanas de Arco. Quienes, por otra parte, están bien donde están.

Decía Albert Camus: "Mi generación sabe que no podrá rehacer el mundo, pero está destinada a una tarea mayor: impedir que el mundo se deshaga". No necesitamos un fascismo evocador de una historia corrupta, sino una política favorable a la dignidad.

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