Viento de levante

Junto a los peinados por los aires, el polvo de las calles y el pan duro, el levante nos trae una esperanza

Ser casi vecino de un poeta tiene la ventaja de que, cuando él habla de alguna circunstancia de su entorno, tú dispones de las claves. Por eso en la Bahía sabemos que el roteño Felipe Benítez Reyes no exagera ni un soplo cuando en el primer verso de un poema dedicado al viento de levante constata: «El viento hace crujir la realidad». Hace todo un retrato exacto. Lean la milimétrica segunda estrofa: «Por los huecos del aire va silbando/ su oleaje invisible./ Parece que hay abismos en la noche,/ cuchillas de arrecife». Y aún puede ser más inclemente: «Condensa el viento el grito de los náufragos». Se ve que Benítez Reyes sabe de lo que habla. La poeta Rosario Troncoso, desde Puerto Real, también lo tiene claro: «El viento de esta tierra es terrible».

José María Pemán (con perdón) escribió una estupenda tragedia de color y calor local llamada Noche de levante en calma, que es cuando pasan cosas dramáticas. Cuando el levante no está en calma, sino furioso, nos las imaginamos, insomnes.

La reciente portuense (se mudó hace seis meses) Inmaculada Garrido se ha marcado una copla: «Nadie me dijo,/ oh, viento de levante,/ que toalla que rozas/ conviertes en exfoliante». Da gusto ver lo rápido que se aclimatan a la tierra los que vienen a quedarse. No sé qué haría la valenciana Susana Benet, que a los vientecillos del Levante feliz (esto es, de su región, que así la llaman, Levante feliz, en brusquísimo oxímoron para un gaditano) es capaz de dedicarle estos versos: «Sopla el viento y parece/ que esté borrando el día/…/ dispersando la luz entre las ramas/ vencidas de los árboles». El levante furioso de esta tierra coge la luz entre las ramas… y la revolea.

Sin embargo, hay un momento en que el levante tiene su encanto, a pesar de las toallas exfoliantes, los árboles dementes y las voces remasterizadas de los náufragos. Cuando has podido bajar a la playa y hay marea baja y te sientas cerca junto a la orilla o te bañas en el agua helada, más salada y muy limpia (porque el levante arrastra todo fuera).

Se dice que la alegría de vivir de los gaditanos nace de la luz. Tal vez sea porque comprobamos que incluso el levante tiene su redención. Cuando incluso este viento («y el viento se retuerce, el viento, el viento», que dijo Francisco Bejarano), puede salvarse, presentar una cara amable y traernos una alegría, es difícil no vivir con esperanza. Nunca nada está perdido del todo.

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