Los partidarios del Gobierno están aturdidos. Lo prueba que hayan recurrido al comodín de los pijos para tratar de desactivar la indignación popular. Usan como insulto lo que es una categoría sociológica bastante alambicada. Los pijos son un oxímoron: la versión consumista de los hidalgos; y abundan en España porque fuimos los primeros productores mundiales y hemos decaído. Son una festiva popularización, como ha hecho Zara con la moda, del señorito, que ya era una popularización previa, algo más triste. Debe de ser por eso que interesan tanto al populismo. La categoría tiene subespecies y variedades locales, aunque no es el momento de estudiarlas.

La torpeza triple de defender al Gobierno atizando a los pijos se analiza más fácilmente. El primer error es que estos políticos de izquierda que se pegan grandes viajes, que gastan chóferes, enchufes y chaletazos o viven en el barrio de Salamanca dan la sensación de que les guía la envidia mimética.

Segundo error: los pijos, en su gran mayoría, trabajan y pagan sus impuestos como el que más. Modas y modos aparte, son ciudadanos cualesquiera. Poca gente en España comprará el odio del pijo, puesto que todos conocemos a varios y vemos que no son ninguna casta distinta al común de los mortales, como han terminado siendo, ejem, otros. En los casos más estentóreos, hacen gracia al principio y suelen terminar despertando simpatía, como vimos con Tamara Falcó, que ganó en buena lid un concurso popularísimo.

Pero donde más se ve la desesperación de los progubernamentales es en su tercer error. Que es el plazo tan breve en que van a poder mantener esa identificación entre la crítica y el pijerío. Porque la crítica crece y porque cuando la crisis económica dé la cara va a caer a plomo sobre todos. No digo que más sobre los trabajadores porque ya he dicho (punto 2) que hay pijos que trabajan como mulos. La sociedad en su conjunto será un clamor y, entonces, por puro porcentaje demográfico, costará identificar a pijos en las fotos.

Sin embargo, auspicio un efecto bumerán en las próximas protestas. Se va a gritar mucho en plan sorna: «Miradnos, somos los pijos de este barrio»; y me parecerá gracioso. Aunque lo que me gustaría es que recuperásemos el orgullo viejo de no ser un pueblo de bueyes, sino, como dijo Miguel Hernández, de «yacimientos de leones,/ desfiladeros de águilas/ y cordilleras de toros/ con el orgullo en el asta».

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