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TRIBUNA LIBRE

Antonio Mariscal Trujillo

Villa del Duque

HACE algo más de un año junto a dos expertos en las lides turísticas como son Antonio Arcas y mi hijo Antonio, fui invitado por su director a visitar las Bodegas Valdivia establecidas en "Villa del Duque" en Picadueñas. Se trataba de visionar y dar nuestra opinión sobre un espectáculo multimedia denominado "Los duendes de Jerez" que dicha firma acababa de montar en una de las dependencias bodegueras.

La verdad es que nuestro asombro no tenía límites al contemplar aquellos maravillosos liliputienses muy afanados en su trabajo y en sus cantes que parecían tener vida propia y, cómo, por arte de magia nos convertían en Gulliveres. Quedamos hechizados al contemplar aquel derroche de imaginación y arte virtual. Entonces supe que un tal Sr. Valdivia, industrial murciano, era el propietario de aquellas instalaciones. Dicho señor las había adquirido, entonces sin contenido, para establecer una nueva bodega y apostar fuertemente por el denominado "enoturismo". Sus naves se volvieron a llenar, después de muchos años, con cientos de botas conteniendo magníficos vinos. Se había creado a la vez en su interior un pequeño complejo hotelero dotado de todos los servicios imaginables. Varias salas de reuniones, restaurante, jardines y piscinas, así como ocho coquetonas suites completaban esta nueva industria bodeguera con el ánimo de ofrecer a sus potenciales visitantes algo único y distinto.

Aquella visita no sólo deleitó nuestros sentidos, sino que hizo alegrar nuestro ánimo al saber que aquellas instalaciones abandonadas y vacías desde hacía muchos años, donde se acunaron en otros tiempos uno de los mejores brandís de Jerez, ya no iban a ser pasto de la piqueta para construir bloques de viviendas, cosa habitual en las últimas décadas sobre los solares que dejan tras su derribo las antaño catedrales del jerez.

Saboreando una copa de exquisito amontillado, mi memoria se remontó a los tiempos de antes de la expropiación de Rumasa, cuando aquel maravilloso complejo enclavado en el cerro de Picadueñas, en la calle que lleva el nombre del siempre recordado Zoilo Ruiz-Mateos, era el lugar emblemático de la división de vinos del holding. Aunque no llegué a conocer "Villa del Duque" antes de 1983, mis referencias son de que todo aquel que allí llegaba quedaba prendado del exquisito gusto que ornaba todos sus rincones y de la manera cómo era atendido. Por allí pasaron personalidades del mundo de la cultura, de las ciencias, de la política, del arte, del comercio y de las finanzas, así como los más importantes clientes de la empresa. Las recepciones y agasajos que allí se ofrecieron dejaron siempre muy en alto el pabellón de Jerez, su nobleza y su hospitalidad.

Ahora, cuando he sabido que Villa del Duque vuelve de nuevo a manos de sus antiguos propietarios, la familia Ruiz Mateos, es grande la satisfacción que he sentido, digo más: que hemos sentido muchísimos jerezanos, máxime cuando todos aquellos que amamos a Jerez, que damos culto a uno de los grandes tesoros que Dios nos otorgó como son nuestros vinos, vemos con tristeza cómo nuestras emblemáticas bodegas y sus marcas, que siempre formaron parte de nuestro patrimonio tanto tangible como intangible, van cayendo una tras otra, subastadas, cual vulgar mercadería. Por ello muchos jerezanos nos hacemos la pregunta: ¿Dónde quedó aquel orgullo que antaño paseó el nombre de Jerez por el mundo entero?. Da tristeza ver cómo muchos de los que recibieron ese gran tesoro de siglos, contenidos en mágicas botas de roble, no hayan sabido o querido continuar el camino de trabajo, progreso y de riqueza que un día emprendieron sus ancestros. El caso de la Nueva Rumasa nos está demostrando que el ave fénix no es parte de la mitología sino que es muy real; mas solamente el tesón, la voluntad y el espíritu de trabajo a pesar de tantos avatares del destino es capaz de conseguirlo. Este es caso de la familia Ruiz-Mateos.

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