Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

HABLADURÍAS

Fernando Taboada

Virtual como la vida misma

A los más despistados tendré que explicárselo. Un simulador de vuelo es un invento con el que cualquiera puede vivir la experiencia de pilotar un avión, pero sin tener que pasar las fatigas de manejar uno de verdad. Gracias a la réplica de una cabina manipulará usted mismo las palancas. A través de una pantalla verá la pista achicarse antes de despegar. Notará cómo remonta el vuelo y hasta tendrá que luchar contra unas turbulencias de mentirijilla como si, en vez de estar tan pancho y sin moverse del sitio, estuviera a 8.000 metros de altitud. Con estos cacharros se aprende a llevar un jet sin mayores riesgos, y menos mal que es así, porque si a pilotar aviones hubiera que aprender igual que se aprende a montar en bicicleta (es decir, a base de trompazos) resultarían carísimos los cursos de pilotaje y no darían abasto las escuelas para reponer tanto avión siniestrado.

Pues bien, en Jerez acaba de instalarse una empresa de simuladores de vuelo. Es cierto que, tras cancelarse muchas líneas regulares que resultaban deficitarias, el tráfico de aviones (de los de verdad) había disminuido notablemente en nuestro aeropuerto. Pero ahora, gracias a esta iniciativa, no tendremos que lamentarlo ya que podremos disfrutar de las delicias del viaje sin la pejiguera de facturar maletas, sin el peligro de sufrir accidentes y, lo más importante, sin tener que ir hasta Norteamérica para vivir la sensación de volar a Nueva York. Vamos, que se puede desayunar en la venta El Pollo antes de probar el simulador, cruzar luego el Atlántico virtualmente, avistar la Estatua de la Libertad, bajar del supuesto avión y, en vez de pedir un taxi a Manhattan, volver a la venta El Pollo para comer un frito variado.

La pena es que hayan instalado únicamente simuladores de vuelo y no se diseñen otros modelos para ejercer tareas más de andar por casa. Con un simulador de bebés, por ejemplo, se podrían experimentar los placeres de ser padres, con la ventaja de apagar el ordenador si a la criatura le diera por llorar más de la cuenta o si no nos apeteciera cambiarle de pañales. Un simulador de bodas ahorraría bastante a todas esas parejas a las que no les llega el presupuesto para celebrar un banquete por todo lo alto. Y ahora que atravesamos dificultades en el mercado laboral sería un momento estupendo para instalar simuladores de empleo orientados a los que se han quedado en paro. Sin tener que firmar contrato, sin madrugones, sin jefes ni horas extraordinarias, cabría hacerse la ilusión, ante una pantalla, de tener un puesto de responsabilidad. Para no sentirse un inútil, al albañil que acaban de despedir de la obra le quedaría el consuelo de poner ladrillos a golpe de teclado. Y a lo mejor, con un restaurante simulado, la cantidad de gente que se ve obligada a visitar los comedores de caridad podría aliviarse y disfrutar, siquiera de manera aparente, con uno de esos fritos variados a los que nos referíamos antes. Por intentarlo que no quede.

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