Leí recientemente al cantaor Luis "El Zambo" en una entrevista en la que decía que la gente se lo traga todo, aunque cantes malamente te tocan las palmas. Acto seguido añadía: pero cuando le das jamón enseguida lo notan. Los gitanos cuando se ponen a reflexionar tienen la capacidad de decir la verdad en dos palabras. Saben sentenciar. Son sabios porque han vivido y escuchado mucho.

Lo mismo que dice Zambo del cante podría decirse de los toros, de la pintura, de la literatura, de la música, de cualquier faceta artística. Nos lo tragamos todo. Hay pocos aficionados de verdad, de esos que lo saben todo de una disciplina menos ejercerla. Los templos sagrados de la cultura están llenos de ignorantes. En la Maestranza se aplaude por todo, en las galerías y museos cuelgan cuadros que necesitan prospecto, el flamenco se ha convertido en flamenquito o se publican libros que no tienen el menor interés ni están bien escritos. Es un arte de usar y tirar porque, en nada de tiempo, el autor o intérprete habrá desaparecido para los restos. Las carreras de muchos son un visto y no visto. El recuerdo de sus obras es igual de fútil hasta el punto de no recordar el título del libro o el autor que estamos leyendo en ese momento.

Que esto ocurra así resulta paradójico cuando hoy, más que nunca, tenemos acceso a la formación e información de todo cuanto ha ocurrido y ocurre. En internet tenemos toda la ópera interpretada por los grandes, todo el flamenco, todas las grandes faenas de los toreros más célebres, el anuncio de las exposiciones más importantes de pintura, las primeras páginas de las novedades literarias. Nos llega todo, pero no se nos queda casi nada. Las cosas por internet no tienen profundidad. Nos sirven para aproximarnos a tientas, nada más.

La gente viaja más que nunca, pero trae, no sé si por la fugacidad, menos bagaje, menos experiencia acumulada. Apenas un reportaje fotográfico de los lugares ineludibles. Un "yo estuve allí". El viaje es sólo una huida.

El arte sin experiencia no nos llega, no nos puede llegar. Las vivencias propias son lo único que da sentido y emoción al arte, lo que convierte la obra ajena en propia. Sin la predisposición de lo vivido, a lo máximo que podemos aspirar es a la aburrida erudición, a la suma de datos, a la vanidad del saber, al conocimiento sin alma. Para disfrutar del flamenco como de cualquier otro arte hay que escucharse dentro.

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