Habladurías

Fernando / taboada

Vitoria o fracaso

ES un hecho contrastable: la realidad, según se va uno alejando del Polo Norte, tiende al esperpento. Tal vez por eso la Península Ibérica, que pilla más cerca del Trópico de Cáncer que de Groenlandia, sea una zona especialmente propensa al absurdo. Tal vez por eso, digo yo, a Berlanga le salían unas películas que eran un auténtico disparate sin tener que contar mucho más que la vida misma.

Si no fuera así, ¿cómo se explicaría que vivamos en un país en el que todavía se practican exorcismos para curar la anorexia? En Burgos sin ir más lejos hay curas que los practican como si tal cosa. ¿Y cómo iba a entenderse que haya pueblos donde las fiestas se celebren a tomatazo limpio, o aldeas donde hasta hace poco los mozos echaban el rato arrojando cabras desde un campanario?

Ya sabemos que en Vitoria vive gente muy principal y que allí ni se estilan las batallas de verduras ni despeñan rumiantes para celebrar las fiestas patronales. Pero entonces, ¿cómo es que una de las noticias de la semana dice que en la capital alavesa intentaron batir un récord preparando la tortilla de patatas más grande del planeta? Y lo que resulta más inquietante, ¿cómo es que el experimento les salió rana?

Porque en Vitoria, que a mí siempre me pareció una ciudad respetable, no solo han querido apabullar a la Humanidad haciendo una tortilla de dimensiones ecuménicas, sino que además se han atrevido a citar a los señores del Libro Guinness de los récords para que quedara constancia de la proeza. Y lo peor es que los señores de Guinness dijeron que tururú, porque la tortilla estaría rica, pero no cumplía los requisitos que tienen que cumplir las tortillas de patatas, o por lo menos, las tortillas de patatas que aspiren a un récord Guinness. Pues vaya.

Casi cincuenta mil euros ha costado la broma, pero no hay de qué preocuparse porque los ayuntamientos, que más que excelentísimos son esplendidísimos, están para servir al pueblo y sufragan estos desembolsos. Yo entiendo que trabajar en un ayuntamiento debe de ser la mar de aburrido, y que andar siempre pendiente de la recogida de las basuras o de alumbrar las calles sea una pesadez, pero no pensaba que lo fuera hasta tal punto que los concejales, para entretenerse, tuvieran que reunirse y discutir en pleno municipal cuántas toneladas de papas son necesarias para hacer una tortilla así de grande, cuántos miles de docenas de huevos hay que batir para batir un récord mundial, o si los irlandeses de Guinness la preferirán con cebolla o sin ella.

Casi cincuenta mil euros de dinero público, sí, para que los mismos comisarios que se dedican a comprobar quién es la persona capaz de inflar más globos con la nariz en el universo, o quién tiene la mayor colección de patitos de goma en la galaxia, otorguen a tu pueblo un título por hacer tortillas de patatas. O para que no te lo otorguen, que no sé si es peor.

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