Vivir a pulso

Muchas veces (si lo sabré yo) comentamos demasiado nuestra vida, quizá para suplir una falta de sentido

Me topo con esta reflexión de Morante de la Puebla: «La forma de retransmitir no me gusta. Continuamente se está interfiriendo en la obra que hace el torero con los comentarios. Los comentaristas deberían mantener más el silencio. Es la única actividad artística en la que se está criticando en el momento de realizarla. En el flamenco o en la pintura, se hace después. Hoy día se quiere explicar todo». Asiento al silencio, y más porque no es la única actividad artística que se comenta mientras se realiza. ¿No nos pasa lo mismo con la vida?

Blas de Otero ya advirtió que el vivir es la obra de arte suprema, más que escribir y publicar, y la comparó con el toreo precisamente: «… Porque escribir es viento fugitivo,/ y publicar incluso, columna arrinconada./ Digo vivir, vivir a pulso; airada-/ mente morir, citar desde el estribo.// Vuelvo a la vida con mi muerte al hombro,/ abominando cuanto he escrito: escombro/ del hombre aquel que fui cuando callaba.// Ahora vuelvo a mi ser, torno a mi obra/ más inmortal: aquella fiesta brava/ del vivir y el morir. Lo demás sobra».

Si damos su razón a ambos maestros y sumamos sus argumentos, veremos que, igual que en los toros a veces se comenta y se juzga una faena a mitad de la historia, sin esperar el desenlace, también juzgamos las vidas precipitadamente, a mitad y sin paciencia ni respeto. ¿Nos dejamos tiempo y silencio unos a otros y uno a uno mismo para madurar, corregir el rumbo, recoger los frutos o cambiar la trayectoria?

Los griegos lo tenían más claro. «Nadie es feliz hasta el día de su muerte», repetían, que viene a ser, bien pensado, que no hay que juzgar la fiesta brava del vivir de nadie hasta la hora de la verdad. Cuando cuaja la faena completa y se puede ver bien el vuelo de parábola de su trayectoria.

A Morante le molestan los comentarios intrascendentes en mitad de una tanda, y quizá tantos comentarios y fotos que colgamos en las redes sociales tengan ese mismo carácter innecesario e impertinente. No digo yo (yo, menos que nadie, que hablo mucho de la vida) que no se intente hacer una observación inteligente de vez en cuando, o soltar, como en el flamenco y los toros, un «olé» irremediable o un «ojú» preocupado o un «ejé» aprobatorio o un «ay» hondo, pero nunca a destiempo ni prolijo. Ir por la vida radiando cada pase, como si esto fuese el tiki-taka, nos puede distraer de nuestras pisadas y de nuestra dirección.

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