Voces desde la calle

Es importante conseguir el justo trato reclamado. Pero tanto o más importante es el aprendizaje puesto en juego

Motivos para estar descontentos hay muchos. En la calle se palpa, pero se ha interiorizada la resignación y la gente se calla. Hasta que por una vez ha surgido un milagro, como el que acaba de darse ante el fragrante cinismo del cierre de cajeros, oficinas, personal y horarios de atención por parte de la mayor parte de las entidades bancarias. Con la mayor frialdad habían dejado en la pura intemperie a los más vulnerables y menos dotados para usar un artefacto digital. Un cinismo, todo hay que decirlo, que se extiende a otras muchas instituciones oficiales de las que dependen esa misma parte de la población a la hora de solventar trámites muy cotidianos. No cabía esperar el más mínimo gesto de mundo tan arrogante, despectivo y sordo a todo lo que no sean sus intereses inmediatos. Tampoco los políticos actuales, pendientes de sus trifulcas ideológicas, estaban preocupados por descender a una cuestión que, en principio, debían juzgar menor y de efectos electorales poco rentables. La situación, en la calle, era palpable y evidente, pero nadie se movía, más allá de la queja callada de algún pobre viejecito. Hasta que ¡mira por donde! alguien, más o menos anónimo hasta entonces en la vida pública, se hace eco del malestar reinante. Quizás porque también lo experimentaba. Y, desde la calle misma, en la que permanecía sufriente y resignada esa parte olvidada de la ciudadanía, ha emprendido una modesta iniciativa que, como no podía ser menos, dado el escándalo que aireaba, empieza a cuajar. Sin altavoces, sin tertulias astronómicas, sin ocupar llamativas plazas públicas. Y, sobre todo, sin nadie que pretenda, por lo menos de momento, convertirse en redentor o ascender a tribuno parlamentario. Todavía es pronto para comprobar lo que dará de sí esta iniciativa, pero al margen de sus logros, ya es un ejemplo y una llamada de atención. Y poderoso estímulo en momentos tan pusilánimes y cargados de resignación. Iniciativas nacidas así, desde la calle, muestran que, frente al interesado silencio, incluso desdén, de los representantes políticos, es posible la movilización de una sociedad civil que está menos dormida de lo que aparenta. Es importante conseguir el justo trato reclamado. Pero tanto o más importante es el aprendizaje puesto en juego y la confianza que esta actitud combativa genera. Que debería ser un gran aviso para aquellas entidades que todo lo reducen a dividendos y para unos políticos que, una vez más, han desviado la vista hacia otro lado, en lugar de ejercer la labor crítica y protectora que tienen encomendada.

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