La esquina
José Aguilar
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Crónica levantisca
Vox sacará al Pacma del extraparlamentarismo del mismo modo que un clavo saca a otro. Si los animalistas entran en el Parlamento Europeo y en el Congreso, los de Santiago Abascal, los Morantes y los cazadores de pluma y pelo van a tener fundadas razones para temer por sus ancestrales tradiciones. Será la gran contribución de los voxeros a sus fiestas, una profecía más autocumplida.
Ningún partido ha puesto en duda, al menos en Andalucía, ni la tauromaquia ni la caza ni mucho menos la Semana Santa, que tiene tantos apologetas como seguidores, pero el miedo ha sido convenientemente venteado para el beneficio de las urnas. Sí hubo una propuesta de ley de Podemos contra el maltrato animal, que hubiese prohibido la financiación pública de las escuelas de toreros y el programa de toros de Canal Sur, que es uno de los más exitosos.
Los animalistas se han caracterizado desde sus inicios en Francia y en Estados Unidos por su intransigencia ideológica y por la radicalidad de sus acciones, pero sus filósofos han ido construyendo un cuerpo racional desde algo que tiene que ver mucho con una religión. Sus seguidores viven en una permanente contradicción, pero como los seguidores del cristianismo primitivo: si todos nos abandonásemos a la pobreza, ¿de quiénes íbamos a vivir? El Proyecto Gran Simio no es ninguna bobada, por mucha risa que provoque: la cercanía genética de otros cuatro homínidos -orangutanes, gorilas, chimpacés y bonobos- debería llevarnos a una reflexión sobre el trato que les damos.
Ya, ya oígo las risas, pero no son pocos, la corriente antitaurina entre los adolescentes de ahora, por ejemplo, es tan potente como en su día lo fue el feminismo. Las redes están repletas de informaciones, fotografías y eslóganes contra el maltrato a los perros, la tauromaquia o la caza. La ola es tan fuerte, aunque todavía profunda, que terminará reventando los malecones políticos.
De los sectores amenazados, es el del toreo el que tiene más razones. Muchos ganaderos de reses bravas y bastantes apoderados de toreros llevan décadas faltándole el respeto al público, han sido ellos quienes realmente han puesto el toreo en peligro, pero si la afición y sus trabajadores comienzan a flirtear, aunque sea estéticamente, con Vox, habrán sacado el rejón de muerte al que tanto temen. Si Vox convierte al toro en su símbolo -tal como lo parece-, habrá llegado el final.
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