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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Walking Dead Kofrade

Poseídos por un apetito desordenado de cofradías se abalanzan sobre lo que sea como zombis hambrientos

Una cosa es tener ganas de ver cofradías en las calles, sentir la impaciencia de vestir otra vez la túnica, emocionarse al volver a ver a la imagen de nuestra devoción en su paso, enseñarle la Semana Santa a los muchos niños que nunca han visto un paso en la calle, han pedido cera y caramelos, vestido su pequeña túnica o visto como sus padres y sus madres la visten, y otra es el abalanzarse sobre lo que sea -literalmente sobre lo que sea- que estos días se está produciendo para saciar ese "apetito desordenado" que según el catecismo de Astete era la marca de los siete pecados capitales.

Tras dos años de abstinencia se vive una especie de lujuria y gula kofrade, un apetito desordenado de invenciones priostales y de procesiones, filigranas costaleras y chimpunes que precisa saciarse sin importar que aún no sea Semana Santa, que se trate de simulacros de procesiones, que sobre los pasos vayan imágenes sagradas dignas de tal nombre u otras cosas o que entre sus insignias pudiera ir una con una calavera sobre dos tibias cruzadas (y no precisamente por capricho de esa priostía macabra de hierbajos, huesitos y calaveras a la que posee a algunas hermandades con todos los papeles en regla e incluso mucha historia a cuestas).

Ya que contra los siete pecados capitales se recomendaban siete virtudes sería de desear una cierta castidad cofrade y algo de templanza procesional que frenara tanta lujuria y gula de pasos. Inútil empeño, me temo. La propia Semana Santa oficial se ha estirado y ya no dura siete días, sino diez. Y por ser justos -sin faltar el respeto a nadie, pero sin faltarlo tampoco a la verdad- hay que decir que en los días oficiales se ven cosas que poseen las necesarias bendiciones no tan distantes en cuanto a esculturas, pasos, formas de llevarlos y músicas -en este caso sí que se trata de las mismas bandas y marchas- de las que lo hacen sin papeles eclesiásticos. La sacralidad de una imagen es algo propio suyo que depende, en mayor medida que del rito de bendición, de lo que a través de sus formas exprese. Pero esta es otra historia.

Lo que estos días he visto se me ha representado como un Walking Dead Kofrade. Multitudes poseídas por un apetito desordenado de cofradías que se abalanzan sobre lo que sea, con tal de que respire, es decir, que se meza al son de algo que me cuesta trabajo llamar música, como zombis hambrientos sobre carne viva y fresca.

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