Más aborto

En la conciencia de cada cual debe de mandar la verdad de los hechos desnudos y los principios firmes

Rafael Sánchez Saus es, a casi todos los efectos, más joven que yo. No sólo porque a mí mis compañeros de trabajo me echen años de más y a él por la calle se los quiten hasta instalarnos en un sorpasso generacional. Sobre todo, porque Saus tiene un entusiasmo y una firmeza de la que yo carezco. Ambos estamos horrorizados por las cifras del aborto en España y por la naturalidad con la que se aceptan ¡y se celebran! vidas segadas que superan, como él dice bien, las de cualquier guerra o pandemia o actos de terrorismo masivo. Por suerte para nosotros, Sánchez Saus sigue escribiendo, inaccesible al desaliento, artículos que claman en el desierto contra esa injusticia. Yo he ido bajando, desesperanzado, los brazos sin darme cuenta.

Por supuesto, sigo estando en contra, pero pasan las semanas sin que escriba nada contra el aborto. ¿Mis razones? Sé que mis lectores saben que estoy radicalmente en contra de esa práctica y que me dejaría el presupuesto público en ayudar a las madres a tener a sus hijos sin que el miedo al presente o al futuro las aboquen a una decisión fatal. Como sé que lo saben, tengo la vanidad de no repetirme.

¿También es vanidad, quizá, o, peor aún, marketing, no escribir un artículo antiabortista que no va a convencer a los lectores abortistas de mi columna? Yo diría que se debe más a mis prejuicios de anfitrión. Me espanta poner a nadie en la situación de quedar mal y creo que, teniendo en cuenta los avances de la genética, de la medicina, del humanitarismo…, seguir defendiendo el aborto es quedar rematadamente mal. Ya sé que quien lo defiende no lo cree así y que sin lugar a dudas estoy en minoría, pero en mi vergüenza ajena mando yo. Del mismo modo, en la conciencia de cada cual debe de mandar la verdad de los hechos desnudos.

Sin embargo, en España se abortan oficialmente al año 88.269, más de 240 vidas al día, y, aunque yo no me adorne hoy con un artículo original y simpático, aunque no convenza a nadie ni lo movilice, aunque los que ya están espantados no vayan a horrorizarse más por mi columna, es necesario que uno haga público su rechazo otra vez, como hace el ejemplar Sánchez Saus, y prometa seguir haciéndolo. El duelo por un difunto no suele aportarle ninguna utilidad al finado, pero su dignidad y nuestro cariño lo demandan. Tenemos casi noventa mil razones para hacer un duelo largo, sentido, inconsolable, inútil, humano, imprescindible.

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