Más alegría

El triunfo del relativismo es tan absoluto que hemos quedado presos en nuestras burbujas ideológicas

No he cambiado ninguna opinión desde mi infancia, aunque haya tratado de fundarlas un poco mejor. Mi abuelo Nicolás podría firmar todas mis columnas. Eso me priva del factor sorpresa, pero me pone en una condición inmejorable para percibir las variaciones en el trato a los opinadores conservadores y/o católicos o antipostmodernos.

En todos estos mundos siempre se valoró muchísimo al converso. En eso no he tenido nada que hacer. No quiero decir que un cristiano viejo no necesite convertirse, al revés, pero sus giros radicales de vida son de 360º. Al público le gustan más los giros de 180º o de 90º, al menos. Un testimonio personal les pirra. No tengo nada que objetar. No hacemos más que seguir al Maestro que nos prescribió más alegría por una oveja reencontrada que por las 99 que balamos, bucólicas, en el redil. Sea.

Lo que ha cambiado ahora es más sutil. Hace poco a esas ovejas reencontradas o todavía no, pero confluyentes, se las aplaudía con fervor también por un aspecto estratégico. Podían decir cosas que calaban en la sociedad y que a los ortodoxos de pata negra se nos daban por consabidas y amortizadas.

Eso ya no es así. Bueno, lo nuestro sí, pero lo de ellos es todo lo contrario. Pongamos el caso Ana Iris Simón. Dice la joven escritora que la familia está muy bien y que la maternidad es una maravilla; y las hordas mediáticas le saltan a la yugular. Yo llevo veinte años diciendo lo mismo y nadie se ha metido conmigo jamás. ¿Por qué?

El triunfo del relativismo es tan absoluto que hemos quedado presos en nuestras burbujas ideológicas. Que un católico a machamartillo diga cosas de católico puede sonar extraño en ciertos ambientes eclesiales, pero a la sociedad en general le parece inofensivo. Que un conservador diga cosas conservadoras escandalizará en el PP, pero a nadie más. Lo malo es que alguien rompa la omertá de su respectiva cámara de eco. Y ese es, entre otros casos, el paradigmático de Ana Iris Simón. Ella viene de la izquierda, de la juventud adoctrinada en lo políticamente correcto y de las revistas más alternativas. Eso les enrabieta.

Yo -tan tranquilo- no envidio lo más mínimo lo viral ni a Ana Iris ni a los que están en su situación. Se lo agradezco en el alma, porque, además de escribir cosas que están muy bien, revientan de paso, desde dentro, los compartimentos estancos con los que nos quieren descomponer el debate social. Lo que tiene un gran valor.

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