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No sé si en sus tiempos de baloncestista, Pedro Sánchez jugaba de alero, pero su carrera política se la está pasando ahí, y ahora más que nunca. Como en cualquier partido de baloncesto, el cronómetro es esencial para las tácticas y las jugadas políticas de los últimos momentos. La cuenta atrás se puso en marcha con el fiasco electoral, en el que Sánchez quedó, como dije aquí, como Cagancho en Almagro. Con otra imagen más lúdica, Rafael Moyano escribió que le salido mal su mus negro.

La dimisión de Rivera es el siguiente hito importante, porque puso al presidente en funciones ante un ejemplo moral casi unánimemente aplaudido por la opinión pública. Eso le tuvo que poner muy nervioso. Justo entonces empezaron a crecer los rumores sobre su necesaria dimisión, encima. Y el PP lanzó el tiro de tres de no cerrarse a un apoyo responsable a un gobierno del PSOE siempre y cuando se apartase Sánchez. Para colmo, la sentencia de los ERE está al caer.

Se han precipitado los acontecimientos. Todos asumimos que, para salvar el sistema actual, no podemos permitirnos ir a otras elecciones, que supondrían un peligroso desprestigio institucional; pero, para evitar esas terceras elecciones, sólo quedan dos posibilidades. Una, un gobierno Frankenstein objetivamente impresentable con los nacionalismos echados al monte de la desobediencia al Constitucional y de los desórdenes públicos. Si se termina produciendo, terminaría con el PSOE, pero salvaría a Sánchez, que, en consecuencia, ha corrido desesperado por la banda izquierda a pedir ayuda a Pablo Iglesias, su repentino primo de Zumosol. La segunda posibilidad es que el PP salve al PSOE con una gran coalición disimulada, pero los populares, para no hundirse en el intento, tienen que cobrarse la cabeza del responsable del fiasco, Sánchez, el del alero.

Por supuesto, cabe que el alero en el alero bascule sobre su pierna derecha, y que ahora, cuando ya ha metido el miedo bolivariano en el cuerpo de la derecha, vuelva a pedir la asistencia del PP, pero sin dimisión a cambio. O sea, que vuelva a dejar a Iglesias colgado de la canasta. Sería una finta demasiado evidente y demasiado personalista, diría yo. O cabe que el PSOE tenga un último atisbo de instinto de supervivencia y no se avenga a seguir a Sánchez hasta la izquierda extrema y con los nacionalismos sediciosos.

El caso es que quedan los minutos de la basura y así está el partido.

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