He pensado, después de leer un mapa sobre los desastres de hoy mismo del cambio climático, que a la humanidad se la ha tenido siempre sobrecogida con alguna catástrofe inminente, quizá porque la unión contra el enemigo exterior, sobre todo si es incontrolable o sobrenatural, bajo la dirección de líderes políticos o religiosos, da una cohesión social difícil de obtener de otra manera. Las pestes, las plagas, las sequías o las hambres de otros tiempos tenían su renta política. Después del terremoto de Lisboa en 1755, época ya ilustrada, se predicó desde no pocos púlpitos que había sido un castigo divino por los pecados del mundo. Durante muchos años vivimos bajo el temor de una guerra nuclear causada, como no podía ser de otro modo, por Estados Unidos. Ahora no se habla tanto de este asunto, aunque las bombas estén almacenadas como antes. Luego pasamos a la capa de ozono en trance de desaparecer y de dejar a la tierra desprotegida. Ahora parece que el ozono ha restaurado su virginidad y no es bandera de alarma.

El mapa que digo lleva incorporadas fotos desde satélite de un huracán caribeño, el barro resquebrajado de una laguna seca, inundaciones por lluvias torrenciales y sequías y olas de calor locales en diversas partes del mundo. La manera de informar da la sensación de que hasta hace poco vivíamos en un paraíso y de unos años a esta parte las fuerzas de la naturaleza se han desatado para castigar al hombre. Ya no se nos dice que Dios nos castiga por nuestros pecados, sino que es la naturaleza misma la que nos flagela por no ser buenos ciudadanos, amantes de la paz, de la justicia, de la igualdad y no creer en los dogmas de la izquierda, aunque sea populista o totalitaria. Huracanes y tifones hubo siempre y los habrá, muchos ríos pequeños y lagunas se secan casi todos los veranos y dejan, estas últimas, el barro seco y agrietado para la foto efectista como si se tratara de tierras de labor abiertas por la sed.

A los apocalípticos no les faltan cada año terremotos y volcanes en erupción, ni ríos desbordados y grandes tempestades. Las fuerzas telúricas han dado muchos argumentos a las sectas anunciadoras del fin del mundo; pero la moda política y moral es que el fin del mundo vendrá sin trompetas del Juicio Final y no por voluntad divina, sino de manera laica, por la acción y la maldad del hombre duro de cerviz, que no comprende que sólo la izquierda es capaz de salvarnos del caos cósmico, que sólo determinadas políticas progresistas y revolucionarias calmaran la cólera de la diosa Gea, la madre tierra que nos dio la vida y los alimentos y nosotros, ingratos, maltratamos. No sabemos cuánto durará la amenaza del cambio del clima para controlar a las masas crédulas. Creo que, como otras, no mucho: el tiempo de elaborar otra amenaza mayor que mantenga sobrecogido al pueblo fiel.

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