Cuando uno cree que ya se acabó el cupo de los esperpentos políticos, la semana pasada se nos atragantó el almuerzo con la aprobación de una Ley -agárrense-, contra los abusos policiales en el Parlamento Vasco, propuesta por ETA-Bildu, y apoyada- ¡atención! -, por el PSOE. Valiente canallada, una patada en el bajo vientre de la Policía y Guardia Civil, los que más muertos han puesto encima de la mesa combatiendo a los asesinos que ahora ocupan escaño; más mala leche no se puede tener. Que día más triste para ser Policía. Son los postres de aquella 'Cena de los Idiotas' entre Idoia Mendoza y Otegui las pasadas navidades. Como en el cuento de Dickens, digamos para empezar que los Buesa, Múgica y otros buenos socialistas vascos están muertos, con el método de la bomba lapa o el tiro en la nuca, que de todo hubo. Se estarán revolviendo de la rabia. Al sanchismo se le debería presentar el fantasma de las navidades pasadas para recordarles la sangre de los suyos. Además de votar a favor de una ley tan miserable, permitieron que un bilduetarra llamara nazis y genocidas a los policías presentes. Alsasua en estado puro, triste síntoma de que el Parlamento -el pueblo vasco- tiene el alma enferma. ETA tardó cinco minutos en pasar la factura a Sánchez por su apoyo a los Decretos de Campaña. Nos guste o no pactarán otra vez tras el 28-A, con estos y con quien haga falta. En estas elecciones no nos jugamos el empleo o el bienestar alcanzado, que es de lo que tendríamos que hablar; está en cuestión el tipo de país que queremos ser. Una nación dividida y acomplejada de su pasado gobernado por quien pretende desgajarlo o un país de ciudadanos libres e iguales-como afirmaba Ortega-, con un proyecto sugestivo de vida en común. Tengo la impresión de que hay una montaña de gente que ya no traga, que ha dicho basta. Veremos.

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