Tierra de nadie

alberto núñez seoane

Casi te amo

Era una pareja de ilusiones atadas al destino. Se conocieron y no pudieron dejar de vivirse, ni la luz del alba ni la penumbra de la noche separaban el sentimiento que atrapaba cada uno de los momentos de sus días. Se amaban.

María era una joven llena de vida. Sus ojos no veían si no era a través de las pupilas del hombre por el que moriría, la necesidad de él movía todos y cada uno de los resortes que empujaban su corazón, ella era feliz. No ansiaba otra cosa que desgranar las horas abrazada al hombre por el que suspiraba, no esperaba sino ser ella dentro de él. No había minutos más allá de los que su piel vivía al calor de sus caricias, no existía deseo que no le tuviese a él, no habría un mañana sin despertar amarrada a sus brazos.

José vivía por ella, moría por amarla, se desvivía para ella. Era puro sentimiento el pulso que regaba su sangre ardiente, no cabía más dicha en su alma que sentir el reflejo de su pasión en aquellos ojos negros que lo envolvían hasta hacerle perder la razón.

Tardes de azahar en abril, la puerta de su historia, juglar de la que fue su primavera primera. Penumbras de caricias sin fin, locura de amor lejos del entendimiento y la razón, mecidos, arropados por esa brisa azul que sólo la mar, en las cálidas noches del sur, es capaz de parir. Tarde de otoño en el bosque donde habita, y se pierde, la leyenda de un beso robado, de una mirada encontrada, de un anhelo esperado, de un deseo anhelado. Y la nieve blanca… del invierno helado, el calor de la lumbre tierna, con aromas de castaño y roble, de pino y acebo, de amor y celo.

La vida crece, la pasión duerme y el amor padece. Nubes que matan la luz del sol, lluvias que diluyen lo que antes unieron, borrascas grises, tormentas recias, sentires hostiles, certezas necias… Penas sin respuesta, sollozos en la soledad fría, dudas eternas, tormento sin fin, desamor…

Las horas, vacías de minutos estériles, golpean el reloj de un tiempo colgado en la melancolía de un sueño perdido. Rencor adueñado de un corazón extraviado en el rincón del olvido. Pesar por un fracaso ¿anunciado? Locura, ciega y salvaje, que siega, arrasa, y mata, los campos floridos, aquellos en los que, en un tiempo enterrado, sólo hubo todo de lo que hoy falta tanto.

La vida se vuelca en muerte, no como aquella, etérea, que Miguel Hernández descolgó "por los altos andamios de las flores", por aquel amigo ido, que tanto quiso y tanto lloró; pero una muerte impía y cruel, odiosa y negra, tanto, como el color de aquellos ojos sin mesura amados… ahora apagados, ahogados en la sima oscura sin un porqué, sin nada…

Muere María, aquella mujer enamorada que no supo sino querer, aquella niña fuerte que no quiso sino amar. José, mata. Mata, con la de ella, su propia vida, muerta ya para siempre, de raíz truncada por la fuerza ciega de quien quiso querer y no supo, de quien creyó amar y no pudo.

Ojalá fuera este sólo un cuento, ojalá quedase el horror en un papel preso, ojalá nunca hubiese María muerta ni José matando, ojalá la pena de ver lo que somos pudiese evitar la realidad que sufrimos. Ojalá le quitáramos al amor el "casi" ¿Por qué José, por qué…?

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