A propósito de la festividad del Corpus Christi, conviene recordar hoy otro aniversario que se cumple este año en la iglesia de San Miguel. El mes pasado hablaba de los 400 años del comienzo, en 1617, de su retablo mayor. Curiosamente, un siglo más tarde se inicia ese otro gran conjunto barroco que hace inexcusable la visita a este monumento: la capilla del Sagrario. Tercer centenario de una obra que, como ocurrió con dicho retablo, fue lenta, costosa y ambiciosa. De este modo, si en 1717 se abren los cimientos, no será hasta 1770 cuando la nueva construcción se inaugure finalmente. Como es lógico, no fueron cinco décadas de trabajo continuo y tampoco puede hablarse de la intervención de un solo arquitecto. Y, sin embargo, el resultado fue un todo armónico, coherente, aún teniendo en cuenta los matices de un arte que no se estancó con el transcurrir del tiempo. En este sentido, es justo acordarse ahora de aquél al que se considera el autor del proyecto. Nos referimos a Ignacio Díaz de los Reyes.

Este sevillano afincado en Jerez, desarrolló su profesión a la sombra de su hermano, Diego Antonio Díaz, un nombre destacado de la arquitectura hispalense del momento. De hecho, su llegada a la ciudad vino motivada por la necesidad de sustituirlo en la dirección de las obras de la Colegial. Con el respaldo de su hermano y del cardenal de Sevilla, Ignacio recibe un buen sueldo y unas condiciones laborales envidiables. Sin duda, alcanzó un gran prestigio, como demuestra este importante encargo para San Miguel, donde pudo trabajar con mayor libertad creativa que en la ya comenzada iglesia mayor jerezana. Desgraciadamente, sus últimos años de vida fueron infelices. Murió en la miseria, tras la interrupción de los trabajos en la Colegial. Un templo que, al igual que su Sagrario de San Miguel, no lograría ver concluido.

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