El mejor homenaje que se le puede hacer a Galdós en el centenario de su muerte, es leerlo. En nuestro país, al contrario de lo que se dice, se lee poco, cada vez menos. Lo visual, lo digital, la cultura del estímulo hacen un daño terrible a la necesaria quietud de la lectura, a la introspección que requiere la comprensión de una obra literaria de altura. Y se lee aún menos a nuestros grandes, entre los que sin duda se encuentra Benito Pérez Galdós. En este genio de nuestras letras encontramos la crónica de una época, el retrato de la España real, esa que a pesar de la lógica evolución, podemos aún reconocer en su obra. Los Episodios Nacionales- al margen de su valor como historia novelada- muestran la diversa y compleja realidad española-todavía vigente-, a través de cientos de personajes que describen el ser y la conciencia de España mucho más allá del tumultuoso XIX español. Galdós murió el 4 de enero de 1920, denostado por una nueva clase intelectual nacida del 98 que no le reconoció valor artístico; una generación empeñada en reformularlo todo, la idea de España incluida. En la divisoria de aguas que supuso el desastre del 98 para la conciencia española, Galdós debe ser hoy reivindicado, pues acertó con los males que un siglo después nos siguen acechando: ni España necesita reformularse cayendo en un nacionalismo excluyente, ni el nacionalismo de las no naciones- que son las regiones-, son más que el anhelo de los que quieren inventar una patria porque carecen de ella. Hoy en España un tercer nacionalismo nos lleva de cabeza, el de la inflamación de los sentidos, el de la interpretación emocional de la historia y la realidad, el del persistente deseo de moldear la historia para terminar de transformar una realidad que no nos corresponde. ¿Cómo resistirse? Leer a Galdós es un buen remedio, el mejor.

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