Crónicas Levantiscas

Juan Manuel Marqués Perales

jmmarques@diariodecadiz.com

1936, año cero

Es como si la España actual, la de estos días de noviembre, hubiese tenido su protohistoria entre los años 1931 y 1936

España nació en 1931. Eso es lo que parece. Hay un empeño hercúleo en tratar de explicar la España de hoy, la de estos primeros días de noviembre, bajo el único prisma de de las interpretaciones sobre lo ocurrido en esa protohistoria que va de 1931 a 1936, y que tiene en el inicio de la guerra su año cero. No hay período más corto en la Historia de España que resulte tan fructífero como el de la Segunda República, duró poco más que una de las legislaturas actuales, dos si se considera el tiempo que hubo de compartir en el mismo suelo con el Gobierno de los militares alzados, pero parece que de ahí surgió todo. Del mito fundacional de Hércules en la Bética hemos pasado al principio guerracivilista.

Una pesadez, oiga.

Y una falsedad que nos perjudica a todos, es como si se nos hubiese dejado huérfanos de Historia, como si padeciésemos la pobreza cultural de los actuales estadounidenses o de los australianos. O de los canadienses. Hay períodos de la opípara crónica de España -de las más ricas, sino la más, de toda Europa- que se han perdido en un agujero negro. No emiten una brizna de luz. Entre la manipulación que el nacionalcatolicismo hizo de muchos de estos siglos y de la alergia reactiva de la izquierda, nadie sabe quién fue, por ejemplo, Leovigildo, rey de Spania en el siglo VI, el godo que echó a los suevos y bizantinos, que mezcló a sus nobles germanos con la aristocracia hispanoromana y que fue contemporáneo del primer intelectual propiamente español, Isidoro de Sevilla.

Sustraídos todos estos conocimientos, despreciadas las gestas políticas de Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, hemos quedado a merced de la historiografía de los otros nacionalismos. Les prometo que los niños catalanes se saben los nombres de sus condes, que hay una serie de televisión sobre ellos y que todo el empeño político es vincularlos al imperio carolingio para distinguirlos de los otros reyes cristianos de las montañas asturianas. Y que en el País Vasco conocen las guerras que el viejo reino de Navarra perdió contra Castilla, así como de las luchas entre gamboínos y oñancinos, tensiones entre partidarios navarros y castellanos que, al parecer, sobreviven hasta hoy.

Todo esto se debe a un terror nocturo: me quedé dormido viendo The Last Kingdom, una serie de Neflixt sobre el rey Alfredo de Wessex, iniciador de Inglaterra. Y yo no me sabía la lista de los putos reyes godos. Ahora que ha salido, cerrad con siete candados el sepulcro de Franco.

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