Tribuna Cofrade

Anselmo Spínola

"Estética cofrade"

Cuántas personas muestran interés por las cofradías apelando a su estética. Muchos lo hacen para no verse obligados a abjurar de un agnosticismo confeso. Otros, entre los que se encuentran muchos políticos, para justificar una atención obligada desde la laicidad de lo políticamente correcto. Si supieran de lo que hablan comprobarían que pocas cosas hay más laicas que una cofradía. 

La estética, aunque fue un concepto griego (aísthêsis), no adquiere la categoría de rama de la filosofía hasta el siglo XVIII con la obra de Baumgarten. Este autor la define como ‘la ciencia del conocimiento sensitivo’. Más coloquialmente se dice que la estética es la ciencia de lo bello, lo que implica un valor positivo; no obstante, presupone la existencia de su contravalor: lo feo. Ambos se encuentran en las cofradías. 

También se suele distinguir entre la estética natural, -una puesta de sol o del vuelo de un águila- y, la estética artística como acontecimiento y hechura humana. Aquí se mueven las cofradías. La estética va a estudiar la manera en que el ser humano interpreta los estímulos sensoriales que recibe del mundo circundante. Esos estímulos provocarán distintos juicios de gusto en cada persona. La estética analiza los razonamientos producidos por dichas relaciones de juicios. 

En base a estas concepciones y con cierta arrogancia muchas personas se acercan y participan de las cofradías por puro enganche estético y se agotan en los fines intramundanos. Pero los clérigos y los laicos deben reintroducir a Dios en el conocimiento sensitivo, incluso, en el juicio de gusto. Y ello, porque existe una ligazón real entre “estética y religión”.

Ambas vienen presididas por el desinterés y la gratuidad. Dios y su estética no son objeto de comercio, son hallazgos gratuitos. Y deben andar de la mano. De lo contrario, el arte es meramente aparencial y ficticio. Se requiere la integración de religión y estética, siendo esta dependiente de aquélla, por cuanto la religión es por sí misma un valor absoluto, sin perjuicio de que la verdad, la bondad y la belleza apunten también a ese absoluto. 

Dicho lo anterior, vivimos este año una Semana Santa sin estética cofrade, sin necesidad de que los agnósticos justifiquen su presencia; ni que los políticos fuercen argumentos antropológicos para su inexplicable participación.

Queda una Semana Santa desnuda, sin procesiones, sin costaleros, sin capataces, sin nazarenos, sin música, sin arte.

 

Con la sola belleza natural de la oración.

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