El aplauso que le dimos la otra noche desde los balcones, terrazas y casapuertas a los profesionales de la sanidad fue una ola de emoción que inundó a toda España.

Y es que, en un país como el nuestro, fragmentado política, territorial e ideológicamente, al fin hubo algo que nos verticalizó. Porque es muy fácil decirle al vecino o al que gobierna cómo habría que hacer las cosas y qué decisiones habría que tomar. Es muy fácil dar soluciones a toro pasado, desde la tranquilidad, sin responsabilidades, con una cerveza en una mano y el mando a distancia en la otra.

Es muy fácil reírnos de todo. Somos así. Forma parte de nuestra cultura de barrio, y se agradece tener esa válvula de escape. Pero esto que nos sucede a día de hoy es muy muy serio. Tanto que hasta que no perdamos a un familiar, a un amigo o inclusive a un enemigo no abriremos los ojos. Por eso, dejemos por unas semanas los posesivos y mastiquemos los demostrativos. Saquemos lo mejor de nosotros mismos. Aprendamos de nuestra Historia y escribamos un nuevo Episodio Nacional con final feliz.

Utilicemos el sentido común. Rememos todos a una. Aparquemos esa malsana obsesión del yoismo a un lado.

Seamos generosos con nuestro tiempo y con nuestros miedos. Y con el tiempo y los miedos del vecino de enfrente.

Concienciémonos de lo que nos está pasando, pero con calma, tranquilidad y solidaridad. Y démonos un aplauso a nosotros mismos cada mañana y démoselos a todos esos profesionales que tienen que seguir al pie del cañón cada noche para que el resto respiremos.

No señalemos con el dedo.

No nos creamos mejor que nadie.

No miremos por encima del hombro al que está enfrente porque esta situación extrema nos está demostrando que TODOS SOMOS DE BARRO.

Y recuerda: hay aplausos que bien valen una vida entera…

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios