Las libertades son como los coches descapotables. Te hacen sentir estupendamente, te dejan disfrutar de la brisa y además meten un ruido que no veas. Lo malo es cuando viene otro de frente. O te echas al lado o te pegas una castaña considerable. Por eso es tan complicado ordenar el tráfico. Y por eso tiene guasa compaginar las libertades de unos con el derecho de los demás a que no les amarguen la existencia.

Andaba yo preguntándome sobre todo esto de los límites de velocidad que habría que imponerles a las libertades -si es que hubiera que imponer alguno- cuando me enteré de los ataques que habían sufrido las sedes de varios partidos de izquierdas en Jerez. El debate me lo estaban sirviendo en bandeja. ¿Cabría hablar de libertad de expresión cuando con unas pintadas, algo paradójicas por cierto, te están acusando de guarro mientras te embadurnan las paredes? ¿O cuando te están llamando maricón con un espray, o te están presionando para que te largues? ¿Alguien pondría en duda que las pedradas en los cristales, o garabatear ese símbolo de la subnormalidad que llamamos esvástica, no son también un modo de expresarse bastante elocuente?

Está claro que las libertades son estupendas mientras no venga otra sin frenos y en dirección contraria. Por eso a veces habría que plantearse si, por miedo a que nos acusen de inquisidores, no les estamos haciendo el juego a tantos botarates como hay sueltos por ahí, y si no les estamos riendo las gracias a demasiados enterados que se amparan en la libertad de expresión para decir unas burradas que no tienen un pase.

¿O acaso no es un poco tarado el rapero al que sentaron en el banquillo por decir en sus canciones lo chulo que está pegarles un tiro en la nuca a los políticos? Solidarizarse con un artista a quien las musas le han inspirado la letra de una canción que hace apología del terrorismo viene a ser lo mismo que solidarizarse con él si, en vez de eso, la inspiración le hubiera llegado escribiendo un libro de instrucciones para pegar palizas a las mujeres.

Y lo peor está en que, precisamente, a los artistas censurados es a los que más propaganda se les da sin merecerla. Como el arte, para provocar, muchas veces no hace ni falta que sea arte, es lógico que haya creadores que se dediquen a montar el numerito para echar luego el anzuelo a ver quién pica. (Un buen ejemplo lo tenemos con el caradura ese que hizo el paripé de exponer sus Presos Políticos en la última feria de arte contemporáneo de Madrid simulando que se los estaban censurando para sacarse una pasta gansa sin que aquello valiera un pimiento.)

¿Pero se puede comparar a esos sinvergüenzas del mercachifle artístico con los vándalos que se refugian en el anonimato para perpetrar pintadas neofascistas contra los partidos ? Por supuesto que no. Estos mamarrachos del espray amenazante serán muy provocadores de madrugada pero, además de ser unos miedicas, no van a cobrar gran cosa por hacerlo. Tampoco se lo merecen.

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