Tribuna cofrade

Jaime Betanzos Sánchez

La sombra de la Patrona

Hace tiempo que percibo las sombras con más intensidad que la luz. Esta última ciega con facilidad la vista humana. Por su parte, el incendio de la oscuridad no alcanza a todas las cosas ni a todas las personas por igual. En esta dicotomía, es sencillo distinguir a los seres que se encuentran en la luz –pública- de aquellos que moran tras uno de ellos.

En Jerez, la soberanía de la luz peligra cerca de la Puerta de Rota. Frente a la muralla, un convento extramuros custodia un quinqué varias veces centenario donde la luz se disipa. Cerca de la llama tenue de este fanal, la vida toma un encanto desaforado. Quienes conocen su candidez, se enganchan a su belleza. Quien acerca sus flaquezas a esta luz titilante, le son devueltas como oropel.

Y, más allá de la física, la metafísica busca el origen de los hechos consumados. La fuerza centrífuga que origina tan esbelta devoción causa curiosidad y admiración a partes iguales, pero nunca indiferencia. La ciencia afirma que no hay vida en el tronco de La Merced. Quienes conocen su sombra, encuentran el oxígeno necesario para vivir.

En ese lugar recóndito pero accesible se refugian muchos amigos. Y todos se encuentran allí a la mujer que vive en la sombra de esta luz. La paradoja se explica desde la humildad de quién da su vida por un carisma mayor. La discreción motivada por la experiencia ha provocado que Ana María forme parte necesaria de la visita a la patrona.

Como un San Pedro jerezano, custodia la verdadera Puerta Real de una ciudad perdida en múltiples accesos. La camarera de la patrona conoce las vertientes del éxito por méritos propios y por confesiones ajenas. Y, por ello, reconoce como el más alto privilegio el que ostenta por mandato de los padres mercedarios: servir a La Merced.

Responde a quién la saluda con un “Buenas” entusiasmado que eterniza la ese líquida en una sonrisa complaciente. Sabedora de que su persona es una prolongación de la mano diestra de La Merced, se muestra impecable con quienes quieren a la Virgen. Y, pese a las múltiples anécdotas que pudiera contar, ella siempre prefiere ensalzar la incandescencia de este carbón mercedario.

Las palabras vacían de sentido todo cuánto pudiera decir de la devoción más íntima de su corazón. El recuerdo en los brazos de su padre preludia la relación emocional que la une al templo. Y un milagro confesable ratifica su total adhesión a la causa mercedaria en esta segunda vida que su Señora le regaló.

Todas esas cosas no caben en un alegato fedatario. Por ello devuelve la gratitud con el servicio desinteresado. Su vida consiste en darse a Quién le procuró la vida. Y en esas está siempre desde la sombra alargada donde nos encontramos todos los que queremos encontrarnos. La libertad de María es su modelo. Un ejemplo que le valió para introducirse en el Consejo de Cofradías y, desde ahí, luchar por sus convicciones cristianas.

Su pasión en la calle Medina y su Gloria en el corazón palpitante de Santiago. De La Amargura, la elegancia; de La Merced, el señorío. Siempre presente, siempre discreta. Esa actitud, sin embargo, no le ha impedido ser reconocida por su ciudad. Lo fue en 2009 y lo es cada día por quiénes la estimamos a la sombra de La Merced. Desde esa umbría, Baltasar se revistió un año de la dignidad necesaria para adorar a Dios en la tarde del 5 de enero. El Dios que dio a luz nuestro quinqué libertador. El Dios en los brazos de La Merced al que adora Ana María Salas.

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