Tribuna cofrade

Jaime Betanzos Sánchez

Viernes

SE ha roto el velo del templo, pero en el Campillo no lo verán expirar. Este viernes parece una continuación ininterrumpida de la Cuaresma que comenzara a finales de febrero. Demasiado sosiego para días tan grandes. La fe henchida de entusiasmo ha transitado las aceras de las calles jerezanas. Sin embargo, busco la cera en los escasos adoquines de la ciudad y no encuentro más que el trazo de rodaduras de coches. Por el contrario, la huella de este año se calca en el desgaste de los zapatos como nunca.

En ese desgaste se manifiesta la verdad de esta conmemoración. El frikismo vacuo del que tanto se acusa a las cofradías ha dado paso a una manifestación de fe sin precedentes. Casi todas las hermandades han promocionado la ilusión. Y, más allá de los tiquismiquis lastimeros que ocupan la cátedra de la doxa oportunista, todos los mortales hemos agradecido ese esfuerzo. No se trataba de llorar como plañideras lo perdido, sino de exaltar con responsabilidad aquello en lo que creemos. Y ha sido duro, pero ejemplarizante.

De la exposición de Los Claustros a la muestra en las Bodegas Tradición y de las veneraciones al Triduo Pascual, la ciudad ha contemplado la Pasión de forma bien distinta. Se ha revelado el pulmón revitalizador en que puede convertirse la historia y el valor incalculable de los hermanos de una hermandad. La saeta ha estado presente durante toda la semana y, por las circunstancias, su cita grande se celebró el Martes Santo. La palabra gitana y justa de Kike Gallardo dio lustre a las gargantas saeteras en el templo de San Mateo.

Aún hay tiempo de revertir los desengaños que se han podido acumular desde el Domingo de Ramos. Cristo ha muerto, el sagrario está vacío y la ciudad no espera trasiegos ordinarios. Pero junto al cuerpo inerte, La Piedad presencia cómo se teje la mortaja que quedará cuando resucite. La misma sábana que pende de la Cruz velada de la Virgen de Loreto ante la que se arrodilla el mundo en el día de hoy. Y también la misma con la que los Santos Varones bajan el cuerpo inerte para dejarlo junto a la Soledad. Definitivamente, hay Esperanza.

Como un estímulo infalible, la Virgen espera a Jerez a las puertas de su casa. Ese es el mejor pretexto para encontrarse con Su Hijo, Dios vivo que llora, en esta tarde del Viernes Santo. En el altar mayor, el monumento vacío. La nada. El cimbreo de los candelabros de cola puebla el pensamiento y suena el cascabeleo que cada Viernes desafía el luto en Las Viñas. Las campanitas –hoy mudas– de La Concepción.

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