NO creo que la economía española haya estallado ni comparto, con sólo callejear, el discurso apocalíptico de Martínez Pujalte y otros jerifaltes del PP. También resultan patéticos los esfuerzos de algunos tertulianos afines -afines al Gobierno, me refiero- por negar la evidencia de que hay nubarrones, no ya en el horizonte, sino en la actualidad de los bolsillos de los españoles.

Los datos están ahí. El crecimiento económico y la creación de empleo durante esta legislatura han sido innegablemente elevados, y tampoco cabe negar las malas noticias que se han acumulado en los últimos meses hasta conformar un panorama intranquilizador: desde el coste del petróleo hasta los precios de los alimentos básicos, de la subida de las hipotecas al parón en la construcción, pasando por el pesimismo de los ciudadanos, pesimismo que afectará sin duda a otro de los motores de nuestro crecimiento (el consumo).

Quiérase o no, el Gobierno va a afrontar las elecciones del 9 de marzo en un escenario que no entraba en sus cálculos, el de una economía que está dejando de ser boyante en algunos de sus parámetros fundamentales. La importancia del asunto estriba en que las medidas sociales que Zapatero puede presentar al electorado como parte sustancial de su balance quedarán inevitablemente matizadas por la presencia de esta incertidumbre sobre el futuro económico inmediato y que la deficiente gestión de cuestiones políticas como la articulación territorial de España y el proceso de paz adquiere, también inevitablemente, una dimensión más grave cuando se la contempla en el contexto de una economía en dificultades.

Todo se ve más oscuro, en efecto, cuando el bolsillo se resiente. Esto es pura evidencia histórica. El electorado de aquí siempre parece dispuesto a perdonar los errores de los gobernantes mientras la economía doméstica va viento en popa, pero apenas los disculpa cuando vienen las vacas flacas. Donde no hay harina todo es mohína. La gente se vuelve mucho más crítica cuando tiene problemas para llegar a fin de mes, especialmente si observa que los príncipes de la política no los sufren en la misma medida y, además, andan enredados en otros laberintos que a ella le resultan ajenos ( y no digamos los príncipes de las finanzas... pero éstos no han de pasar el veredicto de las urnas).

Lo curioso es que, hablando en plata, las grandes vicisitudes económicas, para lo bueno y para lo malo, dependen poco de la política de este o aquel partido político y que las recetas de los que compiten en marzo por presidir el Gobierno de España tampoco son muy diferentes. Pero el bolsillo influirá mucho el 9-M.

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