La imagen no puede ser más elocuente. Como el presidente del Gobierno había preferido hacer lo que hace la mayoría de los españoles cuando no tienen ganas de aguantar el chaparrón (es decir, meterse en un bar y esperar a que escampe), la vicepresidenta aprovechó para colocar allí su bolso, en el escaño donde debería haberse sentado el jefe, pero que en ese momento estaba vacío porque, insisto, el jefe se había ido al bar.

Fue la tarde del jueves. El Parlamento estaba de bote en bote. Los diputados, relevándose en la tribuna para ponerse a caldo. Las taquígrafas, echando humo para no perder comba de la moción de censura. Y los periodistas, entretanto, haciendo malabarismos para escuchar a sus señorías, sin dejar de atender el teléfono, mientras improvisaban la crónica. Y el presidente en el bar.

Y en su escaño, un bolso.

Le afean algunos a Mariano Rajoy ese gesto un poco gallináceo de esconderse mientras España está en vilo. Pero hay que ponerse en su pellejo: la tarde aciaga del jueves ya no es que no le hubieran dado vela en ese entierro. Es que al que le tocaba hacer de muerto en el entierro era a él, y eso no es buen plan, ni siquiera para la tarde de un jueves. Además, pudiendo haberse ido al casino de Torrelodones, o a Las Ventas, que había corrida, no lo hizo.

En su escaño no estaría él, pero había un bolso, y no por ello se hundió el mundo, con lo cual se abren muchas incógnitas. ¿Qué habría ocurrido si durante los últimos tiempos las decisiones importantes las hubiera tomado el bolso de Soraya? Es difícil responder pero, quién sabe, a lo mejor, entre los clínex, las llaves del coche y el lápiz de labios, estaban por allí revueltas las soluciones a muchos de esos problemas que no se han arreglado aún.

En nuestra joven democracia hemos tenido presidentes de distinto signo; los hemos tenido del norte y del sur, del centro, de la izquierda y la derecha; ha habido mandatos más funestos y otros menos prósperos, pero lo que no ha ocurrido hasta la fecha es que nos gobernara un bolso. Por tanto, hasta que no hagamos la prueba, no sabremos si nos iría del todo mal.

En el arranque de la legislatura tuvimos ocasión de comprobar que hay países que ruedan solos. ¿O no se acuerdan ya de cuando pasaban los meses sin que se formara un gobierno? ¿Dejaron entonces de servir cafés en las cafeterías? ¿Dejaron de meterse goles por la escuadra? ¿Hubo que dejar de comer pollo los domingos? No, porque gracias al principio de inercia que rige la vida civil, España tiene autonomía suficiente como para tirarse una temporada sin nadie que la capitanee y sin que se vaya a pique.

Y esperemos que siga siendo así, porque el nuevo presidente del Gobierno -con los socios que se ha tenido que buscar para llegar a serlo- lo mismo se arrepiente de no haber cedido su puesto a un bolso. Y quien dice a un bolso, a unas pantuflas, un bombo rociero o una muñeca hinchable.

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