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CON MALA UVALa columna

Ana Pielfort

La bota de los turbiosHerodes

Hay jerezanos que no han perdido ni un segundo a la hora de ponerse manos a la obra para llevar a cabo los nuevos propósitos que acompañan la llegada del Año Nuevo. Ayer, con gran parte de los gimnasios de la ciudad cerrados, muchos se desplazaron a la pradera hípica de Chapín para practicar deporte y, de paso, ir bajando ya los polvorones y turrones ingeridos durante la Navidad. / J. CARLOS TORO.

HACE muchos años, cuando los mayores de hoy éramos los reyes de la casa en Navidad, nos llevaron a ver uno de los belenes que por aquel entonces era de los mejores del entorno del Bajo Guadalquivir. Se trataba del belén del sanluqueño Convento de Capuchinos, que sus frailes montaban en el interior de un edificio situado en lo más alto del pueblo, y cuya arquitectura, de blanco colonial, participó en su día del dominio de la ruta del descubrimiento de América.

Recuerdo que habían montado el nacimiento en un pasillo oscuro, y que recorríamos el túnel bíblico en fila india, asomándonos a las "casitas de muñecas" donde estaban los personajes del relato navideño. Las figuritas parecían ejercer su rol con suma naturalidad, rivalizando en desenvoltura con los artesanos de carne y hueso. Pero sobre todo recuerdo que, al llegar a uno de los últimos dioramas, el realismo de Herodes cortando cabezas era tan dramático, que degolló de un tajo la inocencia de algún que otro niño, convirtiéndose la matanza de los Santos Inocentes en objeto de febriles pesadillas infantiles. No volví al belén de Capuchinos, hasta hace unos días, cuando, tras leer que le habían dado un primer premio, quise contemplar su belleza. Efectivamente la composición era sublime, pero, ni estaba Herodes, ni las cabezas rodando por el suelo. Con cierta desazón, le pregunté al señor que vigilaba la entrada qué fue de aquello. "¿El de los truenos y las luces?", dijo emocionado como si recordara una de sus escenas más queridas. "Esas figuras ya no están, han desaparecido, además, el padre que lo montaba está en Jerez", y extrañado preguntó que cuánto tiempo hacía que no visitaba el belén. Veinticinco años después saco tres conclusiones de la visita frustrada: que la devoción no se improvisa; que cada uno es responsable de sus traumas infantiles, y que si no te cortan la cabeza ahora, te crucificarán más tarde.

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