CON MALA UVALa columna

Ana Pielfort

La bota de los turbiosMujeres

Con una frase que se ha hecho muy popular habría que decir aquello de 'se acabó'. La mejor muestra es el desmontaje del belén gigante que durante casi un mes se ha podido contemplar ante la iglesia de Santo Domingo y que ayer se encontraba 'desnudo' sin sus figuras, aunque como recuerdo todavía queda el portal y toda la estructura de cartón piedra. La foto es de PASCUAL.

Hubo un tiempo en que las malas lenguas vociferaban que las mujeres eran las culpables del paro en España. Satanizadas, desde el episodio de la manzana, las descendientes de Eva se habían convertido en enemigas del progreso humano por trabajar fuera de casa, como si madrugar fuera un capricho. De la dignidad, de la independencia, esas mismas lenguas prefirieron no hablar por no ser asuntos de interés en ese retrato de la España moderna, como tampoco pareció serlo, hace tan sólo unos meses, cuando un grupo de pequeños empresarios de la ciudad, en ambiente distendido, se mofaba de no contratar a mujeres ni para colgar visillos. Compadreos machistas, escenificados fuera y dentro de los corsés oficiales, provocan, según un informe internacional que acaba de publicarse, que la brecha entre hombres y mujeres se hunda en temas de remuneración, participación y oportunidad, contraviniendo a cuantos empresaritos, de lá-lará-larito, se afanan en decir que es una exageración de histéricas (¡Cómo se les ocurre decir eso! ¿A quiénes llaman histéricas? ¡A nosotras! ¡Nosotras no somos unas histéricas!). No basta con poner el grito en el cielo. Comentarios de este tipo, en boca de hombres (y a veces, de mujeres) tan bien perfumados, hace que la ignorancia, amén de atrevida, acabe oliendo mal. Frente a la corrupción del ambiente, ellas han sacado sus armas (y sus ambientadores) para reivindicar lo suyo, aunque el discurso sobre la igualdad ha quedado trasnochado, y las políticas de paridad dejan un rastro de injusto favoritismo que no satisface ni a unos, ni a otras. La lucha por los derechos de la mujer ha sorteado episodios históricos hasta ofrecernos una herencia que valorar y compartir con el resto de iguales sin necesidad de hacer distingos. Sería idílico compenetrar inteligencias, habilidades y destrezas sin miramientos de género. Que pudiera una mujer, taladro en mano, decir: "dadme un punto de apoyo y colgaré este cuadro", sin que un hombre se echara a temblar.

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