Tierra de nadie
La amistad, bien o mal entendida
¡Oh, Fabio!
Ahora que todo el mundo anda por ahí, cual pollos sin cabeza, pidiendo medallas de Andalucía para ídolos y amigos, queremos hacer nuestra desinteresada y sincera petición: reserven una para el profesor e intelectual Alberto González Troyano. Las razones son muchas, pero empezaremos por la más anecdótica: su condición de embajador mundial de la manzanilla, ese milagro del poniente y la albariza, "el vino del pueblo y la libertad", como siempre pregona este algecireño que bien podría parecer un agente volteriano infiltrado en la corte de Carlos IV. Pocas veces se sorprenderá a González Troyano en el renuncio de beber la bárbara cerveza o el arrogante tinto. Su puesto suele estar en la barra, de pie y con media de Solear -de cuya orden es orgulloso y quisquilloso caballero-, pues no es el profesor amigo de los caldos con precios estratosféricos. El vino preferido del autor de El Cádiz Romántico es aquel que se crió en las silenciosas bodegas del Estuario con el noble propósito de fomentar la igualdad y la fraternidad, una versión líquida y pálida de la Marsellesa que embriaga por igual a francmasones y a frailes tridentinos.
Más allá de su divertida condición de adorador de Baco, González Troyano es uno de los intelectuales que más tiempo y esfuerzos ha dedicado a pensar e investigar eso que podríamos llamar "lo andaluz", pero lejos de cualquier tentación nacionalista, palabra que -al igual que sus buenos amigos Félix de Azúa y Fernando Savater- le provoca bostezos y picores. Ahí está su labor como profesor de Literatura en las universidades de Cádiz y Sevilla o una amplia obra ensayística en la que ha buceado en los orígenes de los tópicos y costumbres meridionales. Este miércoles, precisamente, en la Casa de la Provincia de Sevilla, presenta el último fruto de sus esfuerzos: La cara oscura de la imagen de Andalucía. Estereotipos y prejuicios, editado por el Centro de Estudios Andaluces gracias al esmero de Mercedes de Pablos y Alicia Almárcegui.
Como buen hijo del 68, Alberto González Troyano es un amasijo de egos en los que se unen el hedonista y el estudioso, el castizo y el afrancesado, el taurino (de la secta de Ordóñez) y el cosmopolita… Sobre todo, es un hombre generoso y amigable con la gente más joven, para la que siempre tiene una palabra de aliento y una mano tendida. Sean estas líneas una copa alzada al cielo de Sanlúcar. Enhorabuena por el nuevo libro, maestro.
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