TIENE QUE LLOVER

Antonio Reyes

Se busca una ciudad

Con este título comienza el poema "La huerta de San Vicente", incluido en el último libro de Luis García Montero, "Vista cansada".

Pasado el aluvión del fin de semana, con el rugido de las motos conquistando el aire de este municipio, todo vuelve a la normalidad. Los ciclomotores sustituyen a las grandes cilindradas, los eventuales contratados para el evento regresan al paro, los empleados de la limpieza se afanan en retirar los efectos de la movida, y los fiscales, sí los probos funcionarios del Ministerio Público, retornan, también ellos, a sus despachos oficiales.

Hablo de los fiscales porque, según anunciaba el fiscal delegado de Seguridad Vial, Bartolomé Vargas, los moteros que osaran realizar "caballitos" podrían ser condenados hasta a dos años de prisión. Igualmente este año se han multiplicado los controles de alcoholemia y los llamados multitest de drogas, capaces de identificar sustancias estupefacientes en el cuerpo. La verdad es que nada hay que objetar contra semejantes medidas, contempladas en la reforma del Código Penal. Bienvenidas sean.

Ahora bien, el problema y las soluciones no están en los grandes acontecimientos sino en la vida diaria. Cuando, un día cualquiera, uno asoma la cabeza a la puerta de su instituto en la hora del recreo es fácil observar "caballitos" en manadas, es decir, jóvenes que a todo gas ofrecen con sus motocicletas un espectáculo gratuito a los estudiantes que en esos momentos descansan de sus horas de estudio. Y claro, sin vigilancia policial, sin patrullas de la Guardia Civil, sin operativos especiales, sin Ángel Nieto dando lecciones de cordura, sin el Subdelegado del Gobierno a mano y sin los fiscales a pie de obra, los "caballitos" pastan a sus anchas, los grupos de jóvenes consumen lo que les viene en gana y, lo que es peor, el ejemplo que reciben quienes asisten a un centro educativo a completar su formación no puede ser más denigrante.

"Se busca una ciudad/igual que una palabra", continúan los versos de García Montero. Porque ya quisiéramos que lo especial, que lo extraordinario se convirtiera en práctica, en obligación diaria. Se busca una ciudad: una localidad en la que los funcionarios del orden, incluidos los fiscales, actúen de oficio sin necesidad de ruedas de prensa y de acontecimientos notables. Y que lo hagan allí donde se les necesite. Se busca una palabra, un puñado de letras: igualdad, que nos ofrezca a todos la posibilidad de salvaguardar a diario la paz y los valores, ese conjunto de normas personales y colectivas que a diario los que nos dedicamos a la enseñanza nos afanamos en proclamar en el desierto de nuestros centros educativos.

Lejos queda la marabunta de las cincuenta y cinco mil motos que nos han visitado. Lejos también los fiscales delegados y los operativos específicos. Empieza ahora la rutina diaria, la más difícil, la más compleja: la de pelear con la palabra como única herramienta contra quienes incumplen las normas que, al parecer, sólo están tipificadas en el Código Penal para acontecimientos especiales.

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