HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

La cabalgata

Hoy se celebra la gran cabalgata norteamericana del orgullo homosexual, transexual, bisexual y de todas aquellas sexualidades minoritarias que, desde los tiempos antiguos, han estado dentro de un orden conservador. Hay otras muchas sexualidades que quedan excluidas: son ilegales o difíciles de tragar, peligrosas o repugnantes y no tendrán carroza en el desfile. Se espera que participe en el cortejo gente joven y guapa, con vestimenta y accesorios eróticos adquiridos en las tiendas surtidas por las multinacionales del sexo, casi todas norteamericanas, que mueven al año una cantidad de euros mareante. Se ruega a los ancianos que no asistan, pues no habrá sitio para los gerontófilos. Igualmente se les negará la participación a necrófilos, zoófilos, coprófagos, fetichistas, sádicos, masoquistas, gordos, fumadores y, en general, a gente fea y con defectos físicos que den una imagen negativa de la homosexualidad.

Será fiesta pedigüeña. Se pedirá igualdad, ese imposible humano, y, en este caso, una contradicción: uno de los atractivos y misterios de la homosexualidad es la diferencia. La igualdad ante la ley existe y, en España, sobrada. Nos enteraremos qué otra igualdad se pretende. Se pedirá respeto, que es como pedir la luna, porque el respeto no se pide, se gana, se conquista, en ocasiones con renuncias importantes. Se pedirán leyes favorecedoras y protectoras de la homosexualidad y contra la homofobia, que ya no es pedir igualdad, sino privilegio y aun superioridad. Las agresiones a las personas ya están en las leyes, no hace falta, ni sirve para nada, una específica para la homofobia, que serviría para empeorar las cosas, como ha ocurrido con las injustas leyes protectoras sólo de las mujeres. Las malas costumbres sociales arraigadas las cambian la educación, el tiempo y otras costumbres.

Se pueden promulgar todas las leyes que queramos, aunque los clásicos digan que las muchas leyes estorban la justicia, pero lo que no puede hacer ningún legislador es cambiar a la sociedad por decreto. Hasta ahora no lo ha conseguido nadie. Se consigue, eso sí, el silencio, el miedo, el disimulo, el rencor, la animadversión hacia quienes se dedican a prohibir y la agresividad y la envidia hacia quienes se intenta proteger. Este camino de mendicidades lleva directo a la sociedad temerosa y policial o, aún peor, al aprendizaje de nuevas hipocresías. Hace años que la sociedad real no se corresponde con la oficial, ni lo que se dice en privado con lo que se declara en público. La Cultura de la Queja contribuirá a la sensación de asfixia de las sociedades amordazadas. España tiene una tradición inquisitorial que se manifiesta con un signo o con otro, según los tiempos. La cabalgata de hoy pasará como pasan todos los cortejos, y la sociedad seguirá el suyo, más lento, sin ostentación ni ruido.

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