LA nicolumna

Nicolás / Montoya

Los callejones de Jerez

RESULTA significativo que ciudades como ésta que se pavonean de la fibra óptica, los trenes elevados y los aeropuertos digitales, tengan aún en cajones muchos expedientes archivados de principios del siglo pasado. Si hace unos años la ciudad fue conocida en el mundo entero por la exageración de rotondas, en la actualidad si algo llama la atención, es la permanencia exagerada de callejones de otros tiempos. No solo el callejón de Asta, el de Rendona, o el callejón de los Bolos, que al menos tienen capacidad de convocatoria cultural. Los más oscuros aún son todos aquellos callejones sin salida, que a modo de laberinto de jardines, nos llevan siempre al mismo destino, y de los que aun enfundados en trajes de superhéroes nos sería difícil escapar. Se está asentando la sensación de que a los problemas se les da la vuelta y que, quienes pueden, mangonean al personal. Por poner vallas al campo que no quede, que así se escapan menos del redil. Callejones, calles cortadas, vallas y pilonas conforman la peatonalización de nuestras vidas. Algo que hoy en día se llama modernidad, pero que nos encauzan sin darnos cuenta. Nos están obligando a apoyarnos en esas vallas amarillentas que cruzadas diagonalmente son más duras de derribar, para que no osemos traspasar el umbral de la libertad que cada cual tenemos. No hay día en que no tengamos que sortear alguna barricada oficial, colocada en el lugar deliberadamente, para que solo observemos desde la distancia, el discurrir de quienes al otro lado tiran de nuestros hilos. Callejones sin escapatoria, de los que es preciso salir cuanto antes y caminos predeterminados que hay que saber evitar, porque en un mundo donde prevalecen los ingenieros de caminos que no conducen a nada y los profesionales de los acotamientos públicos, el hecho de ser rebelde y no aceptar que nos enchiqueren o nos pongan anteojeras es el mejor señuelo -pañuelo- para que nos devuelvan al corral. Y de cajones deberíamos estar hartos.

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