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Árbol del mes: el naranjo agrio o amargo, según prefieran
¿Pero qué es esto? ¿El paraíso o el jardín de las hespérides? Oímos comentar a un grupo de turistas, un día del mes de enero, como este, y en plena calle Larga, cuando aún sus naranjos no eran absurdamente amputados de sus hermosos frutos, antes de tiempo.
Aquella gente se mostraba absolutamente atónita mientras contemplaban las bolas del naranjal, absolutamente únicas y que colgaban como racimos de golosinas por todo Jerez. Lo hacían de una manera tan bella que hasta resultaban insultantes para aquellas personas, que seguramente venían de algunos de los pueblos helados del norte europeo.
Dicen que los naranjos y concretamente los amargos, Citrus x aurantium, fueron traídos hasta el Mediodía europeo por los árabes, SX-XI, y que lo hicieron, sabiendo a conciencia que eran incomestibles, para embellecer sus patios, decorar asombrosos jardines como el del Generalife granadino o para dar algo de sombra a sus calles soleadas. Además, de camino, podrían aspirar el aroma inigualable de su azahar desde mediados de marzo.
Y esos árboles se quedaron para siempre, aquí con nosotros y en ciudades como Sevilla, que se enorgullece en contar con más de treinta mil naranjos para adornar sus barrios, callejuelas y patios; que inventaron y dieron su nombre a la mermelada de naranja amarga, para muchos la más exquisita de todas. O en Córdoba y sobre todo en nuestro Jerez, donde se superan los diez mil ejemplares y cubren las principales plazas, calles del centro y sus mejores avenidas. Solo en la de Alvaro Domecq y su entorno hemos contado más de mil quinientos.
Los naranjos áureos de nuestra ciudad son un verdadero patrimonio que es necesario proteger. En su conjunto pueden ser tan valiosos como muchas de sus iglesias, sus palacios, la maravilla de sus viñedos y bodegas, o el mismísimo flamenco. Por ello, nos parece un dislate la extraña política de recolectar los preciosos frutos dorados de nuestros naranjos en octubre y noviembre, incluso antes de que adquieran su peculiar color, cercenando su belleza y eliminando, de camino, la admiración de muchos de nuestros visitantes.
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