Desde la espadaña

Felipe Ortuno M.

Calumnia, que algo queda

19 de noviembre 2025 - 03:30

DEL verbo latino ‘caluor’, que significa engañar, viene calumnia. Se trata de atribuir una falta o delito con la intención de causar daño y menoscabar la reputación de alguien. Hace falta tener mala baba para querer causar estragos a una persona inocente atribuyéndole un sambenito. Hay gente así, proterva de condición, que les luce el trae y lleva del infundio a sabiendas de su falsedad. Dios les dé lo que se merecen. De esta impostura está el mundo lleno y conviene examinar sus mañas arteras hasta desenmascararla. Atribuir maliciosamente a alguien actos deshonrosos es ofender y, aún peor, dejar una mancha indeleble en la nombradía de una persona. Después ¿quién repara agravios? Cuando el honor queda mancillado con una calumnia, es imposible cejar; porque hasta los inocentes damos pábulo, que ‘cuando el río suena, agua lleva’. No hay manera de restituir la honra y, de este modo, queda la pureza mancillada. Por muy tipificada que esté en la ley como delito, la experiencia dice que no se puede volver atrás. La falsedad y la malicia, que se esconde en el anonimato, hace imposible la restitución de la fama ¿qué podemos hacer contra ella? He ahí la gravedad de semejante comportamiento.

Acaso sea éste el pecado imperdonable contra el Espíritu del que se hace eco el evangelio. No andará lejos. Acusar, a sabiendas de que la acusación es falsa, no tiene perdón de Dios. Daos cuenta de que una calumnia, no sólo causa daño a la reputación y a la integridad moral de una persona, sino que también la mata físicamente. Conocí a gente que, por esta causa, no sólo quedó deprimida para los restos, sino que alguno se suicidó ¡Tiene bemoles! Recomiendo la película ‘La calumnia’ (1961) de William Wyler, basada en la obra de Lilian Hellman, en la que se narra cómo una alumna malintencionada difunde un rumor falso sobre dos profesoras de una escuela para señoritas, con consecuencias devastadoras para sus vidas y reputación. La cinta explora cómo la mentira puede destruir a inocentes y pone de manifiesto el peligro de juzgar sin cuestionar la información. Sigue siendo relevante hoy en día debido a su análisis de la calumnia y su vigencia en la era de las “fake news”. También en la pintura de Sandro Botticelli (La calumnia de Apeles), basada en una descripción del pintor de la Antigua Grecia Apeles, representa el concepto de la calumnia a través de una alegoría visual: en un juicio, con personajes como ‘la ignorancia’ y la ‘calumnia’ corrompen la verdad y destruyen el honor del acusado. Una crítica a la falsedad y la injusticia, y a cómo la malicia y la envidia pueden destruir la reputación de una persona. Estamos bajo el dominio del ‘diábolos’, el falso acusador, el mentiroso y calumniador, capaz de llevar a la perdición a cualquiera que se ponga por delante. Ahí radica el trabajo del diablo: malmeter y difamar. Lo malo es que siempre le creemos, quizá porque nuestras entendederas están más puestas en la insidia que en la bondad.

Damos más crédito a la lengua bífida que al amigo virtuoso; de este modo la calumnia siempre se ensaña en lo peor. Excepto en Jerez que, puestos en racha, calumniamos al mismísimo diablo (quedándome la duda razonable de si esto también sería pecado). No hay quien se libre de este asesinato moral, por más que el diablo siga siendo diablo y el calumniado inocente. No tiene remedio y repararla con la verdad es como echar una antorcha en el agua. Como si el hombre se hubiera criado a los pechos de la traición, la difamación y el deshonor, y, en lugar de habernos dado a luz una madre, hubiéramos sido vomitados por las entrañas de la noche. No es de extrañar que la literatura clásica española haya tenido en ella una fuente de inspiración constante: desde la calumnia a las hijas del Cid en la afrenta de Corpes hasta nuestros días: difamación, traición y deshonor. Tres temas que bien podrían compendiar la historia de la humanidad caída. No arriendo ganancias al desafortunado que caiga en sus redes.

De todos los adversarios que tenemos, éste de la calumnia es el más señor, el diablo. Llámese como se llame, Luzbel, Belcebú o Cojuelo, tiene sus posaderas entre nosotros, o llamarse con nombre de hombre (ἀνήρ, ἀνδρός) o Miryam, como la más bella de las mujeres, puesto que le da igual al capullo. Se distingue, en contra de lo que muchos creen, por tener buena apariencia, aspecto de ángel y palabra seductora. Quienes le conocen dicen que, disfrazado de amigo y con maneras dulcificadas, esconde su verdadera naturaleza malévola ¡Qué doloroso ha de ser que un amigo, en quien has puesto tu complacencia, sea quien clave el más doloroso cuchillo de la calumnia! No hay misericordia que justifique tal comportamiento; ni cuerpo que lo resista. Cuando la mentira campea a sus anchas y no hay posibilidad de acotarla- porque la infamia es una hemorragia incontrolada- la muerte moral se lleva a cuantas personas pille por delante, como una riada de dimensiones hercúleas.

Esta DANA de la mentira, que es la calumnia, ha creado, a lo largo de los siglos, más víctimas que el peor de los gobiernos (por cuanto que lo que digo es de fácil comprobación presente) Téngase cuidado de esta figura híbrida que es el diábolo (embaucador y espíritu celeste) pues sabe aprovechar la falta de consistencia moral de los turbios para sembrar, con su insidia, la mentira sobre quienes, siendo buenos, pueden hacerle frente y derrotarlo. De ahí que, la calumnia, siempre quiera embarrizar la trasparencia de la verdad con embuste, infundio y cuanto fuere menester, pues no repara en mientes, para sus perversos fines. Hila tan fina que hasta pone un punto de verdad para ser eficaz en lo que dice. Calumnia, que algo queda.

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