Imbuido probablemente del espíritu de las reglas de las hermandades de nazarenos más serias y penitenciales, Pedro Sánchez ha querido llegar a la Moncloa por el camino más corto y sin hablar con nadie, como van los nazarenos del Silencio a su iglesia en la Madrugada del Jueves Santo de Sevilla. Y lo más grande del caso es que quizás hasta le salga bien. Sánchez es un político de comportamientos ciclotímicos, que tan pronto hace gestos excesivos como el de la presentación de la moción de censura que es capaz de caer en largos periodos de melancolía en los que prácticamente desparece del mapa. Sí hay que reconocerle que todo su comportamiento, tanto orgánico en su partido como en su proyección ante la opinión pública, ha estado encaminado a lograr un único objetivo: ser presidente del Gobierno, sin importarle mucho el requisito, se supone que indispensable, de ganar unas elecciones. Hasta cierto punto es comprensible, porque su experiencia con las urnas -la dos veces que ha competido ha marcado récord de peores resultados del PSOE- es como para salir corriendo.

Lo que no se le puede negar en esta ocasión a Pedro Sánchez es el don de la oportunidad. La sentencia del caso Gürtel, aunque hasta cierto punto estuviera ya descontada en el debate político, está destinada a marcar un antes y un después para un Partido Popular que se desangra a chorros y del que se adivina un final de ciclo que sólo un milagro -en la política española nunca conviene descartar los milagros- podría evitar. Y el audaz secretario general socialista, que no tiene ni escaño en el Parlamento, ha decidido golpear primero porque así sabe que golpea dos veces y le gana por la mano a Albert Rivera que en los últimos tiempos tiene a ocupar espacios muy amplios y al que las encuestas llevaban en volandas hacia un triunfo electoral. Aunque ese golpe suponga poner otra vez en manos de los nacionalistas la estabilidad de España.

Ahora puede ser incluso que durante unos meses logre su objetivo de ocupar el despacho principal del Palacio de la Moncloa y sea él el que firme el decreto de convocatoria de las próximas elecciones. Eso, sin duda, le dará alguna ventaja. Pero mientras tanto, tendrá que aguantar todos los días que si se ha sentado allí ha sido porque se ha visto impulsado por los que le han echado el pulso más duro de la historia reciente a la unidad de España. Y es que quizás no siempre el camino más corto es el más recto. Eso lo sabe cualquier nazareno.

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