TIENE QUE LLOVER

Antonio Reyes

La cara oculta

A lo largo de estos días la cuestión del Sáhara ha vuelto a salir a la palestra. Tras el informe de Human Rights Watch, el pasado mes de marzo le tocó el turno al Parlamento Europeo, y ahora es el Secretario General de la ONU, Ban Ki-Moon, el que someterá su informe en próximas fechas al Consejo de Seguridad.

Llevamos treinta años de conflicto sin que se perciba ningún atisbo real de solución. Treinta años de enfrentamientos y de incumplimientos reiterados, por ambas partes, de las resoluciones internacionales. Treinta años en los que el Sáhara se ha convertido en un asunto enquistado para la diplomacia mundial.

Pero en este tiempo la cuestión del Sáhara ha tenido otra vertiente, un lado más desconocido sobre el que merece la pena reflexionar. Cuando en 1975 Hassan II lanzó la denominada "Marcha Verde", 350.000 marroquíes respondieron a su llamada. El ahora fallecido monarca, recién salido ileso entonces de dos atentados, en 1970 y 1971, necesitaba aglutinar en torno a su persona a la población y a clase política sobre una idea patriótica que cohesionara Marruecos y su reinado: la marroquinidad de los territorios coloniales españoles del Sáhara. Desde entonces, este objetivo se ha convertido en un bastión esencial para la política interna y exterior de Marruecos.

Pero también, como indica en su último número el semanario marroquí Tel Quel, por cierto, un soplo de aire fresco en el país vecino, el Sáhara ha supuesto y sigue suponiendo una rémora fundamental para el desarrollo social y económico de Marruecos. Así, más de 120 mil millones de dirhams (1 euro equivale a 11 dh. aproximadamente) de gastos desde el comienzo del conflicto, el 3% del PIB perdido cada año o 100 millones de dirhams por día en gastos militares, son algunos de los datos más significativos de lo que representa para el erario marroquí el mantenimiento de esta situación. Las cifras hacen pensar, también temblar. Y todo ello en un país en el que la crisis comienza a dejarse sentir con acritud ante la reducción de las remesas de los emigrantes, la caída de las exportaciones y del número de turistas o la destrucción de empleo en el sector textil. Un país que no logra superar la barrera de los índices de desarrollo humano, situada permanentemente por debajo del puesto 120 en el total mundial.

Por contra, los ingresos que generan estos territorios, argumento tantas veces expuesto por los adversarios de Marruecos, sobrepasan escasamente el 1% del PIB marroquí. Y ello, contabilizando la producción de fosfatos y, sobre todo, los bancos pesqueros atlánticos. Mal negocio, por tanto.

Con este panorama, y más allá de los cantos de sirena patrióticos, la otra cara del problema, desde la perspectiva interna marroquí, es el enorme lastre que el Sáhara está teniendo para la economía del país vecino y para las clases populares que malviven atrapadas en la tela de araña de la pobreza y la subsistencia. Urge ya, por tanto, poner fin, un fin concensuado, a esta gangrena, a tantos años de insensatez y despropósitos.

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